Marga Sánchez Romero es investigadora y su principal interés es reivindicar la importancia del papel de las mujeres y la infancia en las sociedades prehistóricas. Es Catedrática de Prehistoria en la Universidad de Granada y junto con otras compañeras impulsó el proyecto Pastwomen, enfocado en proporcionar visibilidad a las líneas de investigación en arqueología e historia que estudian la cultura material de las mujeres.
En este sentido, Prehistorias de mujeres es un fabuloso ensayo de feminismo político que habla del presente, de las mujeres de hoy y sobre cómo la historia y la arqueología han ido realizando una labor de invisibilización de las mujeres, colocándolas fuera del espacio público y situándolas en espacios marginales. Este ensayo arroja luz sobre el significado de las mujeres en la evolución humana y en la historia, sobre el papel real que desempeñaron y desempeñan, porque como ella misma afirma, aunque pueda parecer obvio, “las mujeres hemos participado en la vida social, política, económica y cultural en todas las sociedades a lo largo de la historia”.
El libro desmonta los mitos del “orden natural de las cosas” sobre los que el patriarcado ha asentado una cultura de la desigualdad que perdura. Ofrece ejemplos sobre las contribuciones de las mujeres en las sociedades prehistóricas, desde hace 3,6 millones de años en adelante. Sánchez Romero critica que “la historia no ha sido justa con las mujeres, nos ha minimizado y menospreciado, nos ha hecho invisibles, ha primado determinados valores que ha identificado como masculinos y ha utilizado los opuestos para definir a las mujeres. En esos discursos históricos se considera que las mujeres poseemos un escaso control de la tecnología compleja y que solo conocemos e innovamos en una tecnología secundaria; que poseemos capacidades limitadas para el pensamiento abstracto y la creatividad, explicando así la pretendida ausencia de genialidad o excepcionalidad de mujeres artistas, científicas o pensadoras (…) que nuestro cuerpo solo es entiendo bien a través de la reproducción o bien a través de la sexualidad”. Esta investigadora explica que los hombres son la “norma”, casi no hay que explicarlos, y las mujeres en los discursos históricos son la “desnorma”, a las mujeres en ocasiones ni siquiera las justifica el ADN.
Marga Sánchez Romero advierte desde el inicio que habla de prehistoria, un periodo en el que el ejemplo más temprano son las huellas de Laetoli (Tanzania), que data hace 3,6 millones de años. Ella explica que las experiencias de las mujeres han sido siempre leídas de la misma forma. En el curso de sus investigaciones científicas, su intención es mostrar que “las desigualdades que aún persisten entre mujeres y hombres no son biológicas ni naturales, sino culturales, han sido construidas, borrando a las mujeres de los hechos importantes. Desde que en el siglo XIX comienza el interés por la arqueología en una Europa que se está reconstruyendo tras las guerras napoleónicas, los Estados buscan en el pasado refrentes identitarios tanto territoriales y nacionales como culturales y “educativos”. Desde el principio hay una ecuación que funciona, la mujer −naturaleza− y el hombre −cultura−, “que explica por qué son ellos los que deben gobernar y tomar las decisiones”. Hay que recordar, que durante el siglo XIX se produce el primer gran movimiento social de las mujeres occidentales, el sufragismo. No es casualidad que se utilice el estudio del pasado para “educar” sobre cuál es el lugar en el que deben estar las mujeres por “tradición”. La investigadora pone ejemplos sugerentes de imágenes elaboradas en esta época para ilustrar la vida prehistórica, como un dibujo de Émile Bayard, titulado “Una familia en el paleolítico” que habla por sí solo, representa un tradicional reparto de roles. La autora advierte que las mujeres en estas representaciones que se hacían para “explicar” el pasado (prehistórico) solo tenían dos alternativas, o se las representaba sexualizadas o en el papel de “madres”. Ha primado la idea de que la mujer prehistórica estaba en la cueva casi todo el tiempo cuidando de la prole y que eran los varones los que salían a cazar. El ensayo de Marga muestra que eso es un constructo “cultural” del patriarcado sin base científica alguna, donde los estereotipos preconcebidos han primado por encima del empirismo científico, que apunta a que las labores de recolección de frutos y comida y los roles de caza o crianza estaban bastante repartidos.
A lo largo del libro Marga va profundizando capítulo a capítulo (tiene 19 más los agradecimientos y la bibliografía, en 284 páginas) sobre cómo se ha construido la desigualdad desde que empieza a primar la fantasía de la individualidad y la creación de la “identidad”. Y cómo se ha “interpretado” ese pasado por los “ojos” que lo ha analizado y estudiado desde una cultura patriarcal. Por ejemplo, siempre se ha equiparado encontrar un arma junto a un cuerpo a la idea de hombre, y cuando se encuentran adornos, a mujeres. Ahora los estudios de ADN permiten conocer el sexo de los individuos y se ha podido demostrar que hay mujeres enterradas con armas. Desde el capítulo 1 al 10 la autora analiza cómo se ha considerado a las mujeres en las sociedades prehistóricas, exponiendo todo lo que se supone que las mujeres no hacían, no podían llevarlo a cabo o simplemente no les correspondía hacerlo. Por ejemplo, se ha considerado −sin fundamento alguno− que las pinturas rupestres las realizaban los hombres. Cuando no existe evidencia científica alguna de eso. Desde el capítulo 11 al 19 Sánchez Romero sitúa su estudio en el análisis del lugar en el que sí se ha percibido a las mujeres, pero se las ha ignorado o se ha considerado que lo que ellas hacían no era relevante. Y aquí hay una cuestión que es necesario abordar, el cuidado de otras personas, lo realizara quien lo realizara, nunca ha sido considerado por la historia, o mejor, por los estudiosos de la historia, como una actividad central y relevante, por lo que automáticamente se ha adjudicado a las mujeres, fueran ellas en más o menos medida las cuidadoras en esas cuevas o no lo fueran. Si le damos la vuelta y consideramos con perspectiva feminista “el cuidado” como el primer acto de civilización, porque es lo que permite la evolución y que las sociedades prosperen y avancen, es algo central para la vida, ya estamos cambiando el discurso.
Recomiendo este libro como una estimulante lectura de la prehistoria con perspectiva feminista, remueve los cimientos culturales sobre los que se asienta el patriarcado, desmonta mitos y arroja luz sobre lo que somos.
Carmen Barrios Corredera, escritora y fotoperiodista.