Ya se ha demostrado, por activa y por pasiva, la complicidad de la iglesia católica con el franquismo, tanto durante la guerra civil, a la que calificó de «Cruzada»[1], como durante todo el tiempo que duró la dictadura. Se puede asegurar que la Iglesia fue la gran legitimadora del régimen franquista. Como señala Borja de Riquer fue la que con mayor vehemencia colaboró en la legitimización y construcción de una dictadura en pleno siglo XX[2].
No es baladí que una de las primeras felicitaciones que recibió Franco tras su victoria en la guerra civil fuera la enviada por Pío XII: Levantando nuestro corazón al Señor, agradecemos con V.E, deseada victoria católica España. Hacemos votos porque este queridísimo país emprenda con nuevo vigor sus antiguas y cristianas tradiciones que tan grande le hicieron. Por si no había quedado claro, el 16 de abril emitió un comunicado radiofónico en el que decía: Con inmenso gozo. Nos dirigimos a vosotros hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en tantos y tan generosos sacrificios.
Como ejemplo de lo que sería una estrecha comunión entre la Iglesia y el Nuevo Estado, fue la ofrenda que hizo Franco de su espada el 20 de junio de 1939, en la iglesia Santa Bárbara de Madrid[3]. Franco entró bajo palio en el templo, siendo recibido, y abrazado, por el cardenal primado Isidro Gomá. En la ofrenda también estuvo presente el nuncio vaticano monseñor Gaetano Cicognani.
La Iglesia fue una estrecha colaboradora del franquismo. Al principio el Vaticano tenía ciertos recelos sobre la fuerte relación existente; reticencias que desaparecieron con las enormes prerrogativas que el régimen concedió a la iglesia católica. No obstante, algún miembro de la jerarquía eclesiástica, como el cardenal Pla i Deniel, hacía un ejemplar ejercicio de cinismo cuando decía: No queremos nosotros un Estado Teocrático: queremos un estado de armonía y cordialidad entre la Iglesia y un Estado confesional católico, sin confusión de las responsabilidades de cada uno, con las ventajas, para cada uno, de la mutua cooperación[4]. Este mismo cardenal en su pastoral El triunfo de la Ciudad de Dios y la Resurrección de España[5], fue el que marcó las normas que regirían la posición de la Iglesia durante el primer franquismo.
Nada más proclamarse el Nuevo Estado, este concedió a la Iglesia todo lo que esta demandaba: prohibición de libros contrarios a la moral católica, obligatoriedad de la asignatura de religión en la enseñanza primaria y secundaria y de magisterio, recuperación de las fiestas religiosas, derogación de la ley de divorcio, disolución de los matrimonios civiles (12-3-1938), restablecimiento del presupuesto de culto y clero (9-11-1939), restablecimiento por Decreto de 3 de mayo de 1938 de la Compañía de Jesús, presencia eclesiástica en el Consejo de Estado y en las Cortes, exención del impuesto de patrimonio, subvenciones para la construcción de edificios y su mantenimiento, exención del servicio militar para el clero. Ante tantas prebendas la Iglesia no podía sino transformase en uno de los baluartes básicos del franquismo. Como apunta Sánchez Recio[6]: El colaboracionismo de la Iglesia durante los años cuarenta y cincuenta se manifestó a través de la defensa expresa del régimen, el ejercicio de algunas funciones que correspondían al Estado en los campos de la enseñanza, la cultura y las costumbres, dando el beneplácito a la formación de gobiernos y aconsejando ciertas medidas de reforma política. Esta influencia eclesiástica fue la que propició que a partir de 1945 el nacionalcatolicismo, sustituyendo a la Falange, fuera la ideología sustentadora del régimen. En este mismo sentido se expresa González Calleja[7]: La Iglesia «salvó» a Franco sólo cuando constató su giro irreversible hacia la «ortodoxia» vaticanista. Aún así hubo de esperar a 1953 para obtener el Concordato. De modo que «fue la bendición de la Iglesia, confirmada con el Concordato de 1953, y no la ideología de la Falange, la que sancionó (y casi santificó) el poder de Franco para el español medio, en esos años y los que siguieron.
Este apoyo fue debidamente cumplimentado por el régimen dejando claro en numerosas leyes la confesionalidad del Estado. La confesionalidad del Estado quedó reflejada en todas sus Leyes Fundamentales: Fuero de los Españoles, Ley de Referéndum, Ley de Sucesión del Estado, Ley de Principios del Movimiento Nacional y Ley Orgánica del Estado. Otras leyes que favorecieron a la iglesia católica, aunque pequemos de reiterativos, fueron las de restablecimiento del cuerpo eclesiástico del Ejército (12-7-1940), Decreto restaurando la enseñanza religiosa en la Universidad (26-1-1944); reconocimiento del Tribunal de la Rota (1-5-1947), exención del pago de la tributación territorial (15-7-1947), derecho a organizar sus propios sindicatos, conocidos como hermandades obreras[8].
Era tal la comunión entre la iglesia católica y el régimen franquista que ser español se convirtió en sinónimo de ser católico. España volvía a ser la que Menéndez Pelayo calificaba de luz de Trento y martillo de herejes.
No todos los católicos estaban de acuerdo en esta simbiosis entre la iglesia católica y el Estado franquista. El último ministro de Justicia de Franco, José María Sánchez-Ventura y Pascual[9] dejó su opinión sobre las prebendas recibidas por la Iglesia: Es de todos conocido que Franco dispensó a la Iglesia católica un trato de favor, con privilegios, deferencias y sumisiones que, incluso, desde un punto de vista eclesial, han sido calificadas a posteriori de excesivas e impropias de los actuales tiempos. No se armoniza fácilmente aquella situación con las recientes doctrinas sobre la independencia de las soberanías políticas y espirituales[10].
La católica cantante de ópera Teresa Berganza era muy dura con la actitud de la iglesia católica durante el franquismo: […] nuestra Iglesia nacional se prostituyó en su amparo y protección de la obra del general Franco. Se prostituyó y fue infiel a las exigencias del mensaje de salvación que está obligada a anunciar a todos, a los pobres, a los menesterosos, a los perseguidos[11].
Por su parte el sacerdote Francisco García Salve[12] fue rotundo en su descalificación: La historia de la Iglesia oficial española es triste y vergonzosa. El Régimen la utilizó hasta límites inconcebibles. No sería extraño imaginar a la Iglesia española soportando pasivamente a la Dictadura, no. La Iglesia española tomó parte activa y destacada de esa Dictadura y ella misma fue más allá de cuanto podía incluso exigir el dictador[13].
En otra parcela en que la Iglesia fue imprescindible para el Régimen fue en su reconocimiento internacional. Comenzó con la celebración en Barcelona, entre el 27 de mayo y el 1 de junio de 1952, del XXXV Congreso Eucarístico Internacional[14]. Franco aprovechó el discurso que dio en dicho congreso para ligar, aún más si cabe, el Régimen a la iglesia católica: La historia de nuestra Nación está inseparablemente unida a la de la Iglesia católica, sus glorias son nuestras glorias y sus enemigos son nuestros enemigos[15]. El refrendo definitivo se lo dio con la firma del Concordato el 27 de agosto de 1953. Para rematar este «feliz» matrimonio, Pío XII concedió a Franco la Orden Suprema de Cristo, una de las más altas condecoraciones que otorgaba el Vaticano.
La recristianización de España
Un objetivo de la Iglesia y del Estado fue la recristianización de España. Esta recristianización conllevó la vuelta a las confesiones y comuniones masivas, consagración de imágenes, en especial de los Corazones de Jesús y de María, masivos actos religiosos, retorno de festividades, etc. Otra consecuencia de esta recristianización fue el importante aumento de seminaristas, en parte porque tener un clérigo en la familia era un aval de que eras fiel a los principios del Régimen.
El apoyo que dio el Estado a la Iglesia para que esta aumentase el número de creyentes queda claramente reflejado en los que contestó un párroco de un barrio de Madrid cuando el obispo Eijo Garay le preguntó cómo iba la asistencia a misa de los jóvenes, la respuesta no tiene desperdicio: Antes no venía a misa, ahora nos los traen formados[16].
Abundando en esta colaboración del Régimen para el aumento de feligreses lo cuenta Manuel Rodríguez Arévalo en su obra Historia de la Quintería (Villanueva de la Reina, Jaén, 1979, p.60)[17] . El cura del lugar subió al campanario con un guardia civil y señaló a los jornaleros que estaban trabajando en lugar de estar en el sermón que iba a dar. El guardia multó a los agricultores y les obligó a ir a la iglesia. Uno de los jornaleros opuso cierta resistencia:
- Mi cabo, yo comulgo todos los domingos.
- Me alegro mucho, tira palante, que como no te vea en la iglesia, dentro de un rato te voy a dar una hostia que no tiene nada que ver con las que da el cura.
Alguna autoridad eclesiástica no coincidía con la táctica que se estaba llevando a cabo para la recristianización de España. Para el cardenal Vidal i Barraquer, desde su exilio, el nuevo sesgo religioso que se estaba tomando: Consistía principalmente en promover actos aparatosos de catolicismo, peregrinaciones al Pilar, entronización del Sagrado Corazón. Solemnes funerales por los Caídos, y, sobre todo, iniciar casi todos los actos de propaganda con misas de campaña, de las que han hecho abuso. Manifestaciones externas de cultos que, más que actos de afirmación religiosa, tal vez constituyan una reacción política contra el laicismo perseguidor de antes, con lo cual sería muy efímero el fruto religioso que se consiga y, en cambio, se corre el peligro de acabar por hacer odiar la religión a los indiferentes y partidarios de la situación anterior[18]. Y no se equivocaba el cardenal. Y no se equivocaba el cardenal, a la asistencia masiva a los actos religiosos durante los años cuarenta no fue sino un efecto gaseoso, ya que en la década de los cincuenta a la misa dominical solamente acudían un 10% de los españoles, siendo en las grandes capitales aún más bajo este porcentaje.
El Concordato
Las negociaciones para un nuevo concordato se iniciaron en 1949; la comisión designada por el gobierno la presidía el entonces ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo. El peso de la negociación la llevó Joaquín Ruiz Jiménez, siendo concluidas por Fernando María Castiella. Finalmente, la firma se llevó a cabo el 25 de agosto de 1953. Por España lo firmaron Alberto Martín Artajo y Fernando María Castiella; por parte de la Santa Sede lo refrendó el Secretario de Estado del Vaticano, Doménico Tardini.
El nuevo concordato sustituía al de 1851, que había sido derogado durante la II República. En un principio, por parte española se pretendía que restableciera el anterior, pretensión que fue rechazada por el Vaticano. En el de 1851 el Vaticano proponía una serie de obispos que podían ser rechazados por el gobierno. Ahora el Vaticano pretendía quitar al Jefe del Estado español la prerrogativa de autorizar, o no, el nombramiento.
En este punto finalmente se llegó a una solución de consenso. El gobierno, junto al nuncio, enviarían al Vaticano una lista de al menos seis candidatos. El Papa escogía a tres de ellos, de estos tres Franco escogería a uno que sería refrendado por el Papa. Si al Sumo Pontífice no le agradaban ninguno de los presentados podía reemplazarlos. Con esta medida el Vaticano se aseguraba que Franco no presentara candidatos filofascistas, y el Gobierno que el Vaticano no nombraría obispos nacionalistas en Euskadi o Cataluña. Por otro lado, los obispos auxiliares los nombraba directamente el Vaticano, detalle que no fue muy del agrado de Franco.
En el Concordato se concedieron muchas prerrogativas a la Iglesia. En el artículo I se afirmaba que: la religión Católica, Apostólica, Romana sigue siendo la única de la nación española. En el II se reconocía a la Iglesia como sociedad perfecta. En el Vise anunciaba que los sacerdotes españoles diariamente elevarán preces por España y por el Jefe del Estado. En el XVI se señalaba que los religiosos serían juzgados por tribunales eclesiásticos en delitos canónicos; en los delitos comunes sería juzgados por tribunales civiles, pero tras un permiso expreso del obispo. Las penas impuestas por los tribunales civiles serían cumplidas en centros religiosos o establecimientos especialmente creados para ellos[19].
El artículo XIX dedicado al presupuesto del culto y clero, se estipulaba en el apartado 1, que el Estado garantizaba unos determinados ingresos a la Iglesia, en el 2 se le asignaba una dotación anual en compensación por las desamortizaciones de bienes de la Iglesia. Es decir, no sólo se pagaba a sus sacerdotes, también se le daban fondos para incrementar su patrimonio. En el artículo XXII se declaraban inviolables todos los establecimientos religiosos; las fuerzas de orden público no podrían entrar sin la autorización de la jerarquía eclesiástica salvo en casos de urgente necesidad, esto último lo decidían las autoridades civiles por lo que la inviolabilidad quedaba en agua de borrajas.
Se puede afirmar que en el Concordato la Iglesia obtenía todo lo que quería, mientras que Franco obtenía el aval del Vaticano para facilitar el reconocimiento internacional del Régimen. A pesar de todo la firma fue prácticamente en secreto, ya que el Vaticano temía sufrir represiones internacionales, ya que con la firma del acuerdo se legitimaba a la dictadura.
Un personaje de la época calificó el concordato como: el más conforme a la doctrina de la Iglesia que se haya podido ajustarse a través de todas las épocas de la historia[20].
Aunque tras las resoluciones tomadas en el Concilio Vaticano II, el concordato prácticamente se convirtió en papel mojado, aún sigue estando vigente, con el único cambio establecido en 1978 en el que imponía en España la libertad religiosa completa y el Estado pasaba a ser aconfesional.
Control social y cultural
La Iglesia fue vehículo imprescindible para el control cultural, educativo y social. La Iglesia tuvo el control de la censura de cualquier tipo de actividad cultural a través de la censura de libros, películas, obras de teatro. Asimismo, las prerrogativas que tuvieron en educación hicieron que ésta prácticamente se hiciera con el control de la educación primaria y secundaria, en ocasiones en dura competencia con Falange, como veremos más adelante.
Por otro lado, era la que marcó las pautas del comportamiento social. Destaca la obsesión que tenía por el sexo. En las escuelas se le decía al alumnado que el 99% de los condenados en el infierno lo eran por el pecado sexual. Imagino que en este 99% incluían a todos los curas pederastas o a los que vivían amancebados -¿quién no ha conocido a un sacerdote que vivía con una «sobrina»?-.
El intento de controlar la vida cotidiana de los españoles abarcaba todos los ámbitos. La Iglesia intentó imponer la forma de vestir, sobre todo en cuanto a la ropa para el baño, llegándose al esperpento de que la Conferencia Episcopal convocara un Congreso Nacional de Moralidad en Playas, piscinas y márgenes de ríos. También intentaron acabar con la costumbre ancestral del baile. Sobre el baile decía el obispo de Ibiza, Antonio Cardona: el baile es la raíz de incontables pecados y ofensas contra Dios… ya que atenta contra la Patria, la cual no puede ser grande y fuerte con una generación muelle, afeminada y corrompida. En la misma línea estaba el arzobispo de Sevilla, el cardenal Segura, para el que los bailes modernos eran: tortura de confesores, virus de las asociaciones piadosas y feria predilecta de Satanás[21].
Pero no para todos los pecados la Iglesia se mostraba tan contundente. Como muestra del cinismo propio de las actuaciones de la Iglesia Católica, pondremos un ejemplo. Se podía perdonar a todo aquel que hubiera robado o defraudado lo obtenido si daba un 10% del importe a la Iglesia mediante la Bula de Composición. En esta Bula entraba lo saqueado por usuras, engaños, o consecuencias vendiendo géneros adulterados, dando lo malo por bueno, o con pesas y medidas menores, o lo recibido por los jueces por sentencia injusta[22]
En su lucha por salvar a los españoles del fuego eterno, la Iglesia contó con la colaboración de asociaciones surgidas de su seno. Una de ellas era Acción Católica. Durante estos años Acción Católica no dejó de hacer campañas sobre caridad. Moralidad, familia, etc. Incluso llegó a crear su propio órgano de expresión, la revista Ecclesia, editada por la Editorial Católica. Recordemos que Acción Católica era una «filial» de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Para ayudar en esta tarea, en julio de 1950 se aprobaron por decreto pontificio la Obra Sacerdotal de la Santa Cruz, y el Opus Dei, que tanta importancia tendrían en los años venideros, sobre todo en temas económicos y educativos.
Tensiones entre la Iglesia y el Estado
Lo primero que hay que decir las discrepancias que en algunos momentos hubo entre la Iglesia y las autoridades, nunca llevaron la sangre al río, y que, sobre todo, no fueron con el Gobierno sino con Falange. Importante es señalar que las discrepancias que tuvieron algunas autoridades eclesiásticas son el gobierno no era porque no fueran fieles al Régimen, todo lo contrario, era más efecto de las ganas de protagonismo que tenían algunos prelados.
Uno de los más significativos fue el cardenal Pedro Segura, del que alguno llegó a decir que era más franquista que Franco. Segura estaba enfadado porque no se le repuso, tras la guerra, en la sede de Toledo. Este enfado provocó que el cardenal fuera el protagonizara de algunos desplantes al propio Franco. Tras uno de estos Franco dijo sobre é[23]l: Como católicos que somos, debemos tomarlo como una cruz… y como no somos republicanos no vamos a expulsarle como ellos hicieron… hay que tratar el asunto con generosidad y silencio[24]. A pesar de estas palabras en octubre de 1954, el embajador en el Vaticano, Castiella solicitó oficialmente al cardenal Montini, su destitución. El Vaticano lo único que hizo fue nombrar un arzobispo coadjutor, José María Bueno Monreal, para que intentara controlar las acciones de Segura; algo que resultó ser imposible, Segura continuó actuando de la misma manera hasta su muerte en Sevilla en 1957.
Algunos cardenales también esporádicamente llevaron a cabo acciones o dijeron cosas que no fueron del gusto del Gobierno. El arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, proclamaba pastorales que no eran muy del gusto de Franco, de él dijo el Jefe del Estado: algunos prelados tratan de congraciarse con el pueblo atacando al gobierno y diciendo que los jornales son bajos. Una pastoral que le sentó muy mal al ministro José Antonio Girón fue la del obispo de Canarias, Antonio Pildain, titulada El sindicalismo español y la doctrina de Cristo, publicada en diciembre de 1954; en esta pastoral acusaba a los sindicatos de no ser católicos. Es de resaltar que este obispo era un ultracatólico, fue el mismo que, en otra pastoral, calificó a Unamuno de «hereje máximo», lo que impidió que se celebrara un homenaje oficial que estaba previsto realizarle al insigne profesor.
Cuando las críticas de algún eclesiástico se «pasaban de la raya», el Régimen no dudaba en lanzarse contra él con toda la artillería. Fue el caso del obispo de Calahorra, Fidel García Martínez, al que, en agosto de 1952, se acusó de ser un cliente asiduo de los prostíbulos barceloneses. Al parecer esta falsa acusación salió de las filas del propio Gobierno, con el fin de desprestigiarlo. El pecado del obispo fue que criticado al nazismo y a los totalitarismos en general.
Otros pequeños rifirrafes fueron el que se produjo entre el Vaticano y el Gobierno, cuando en diciembre de 1955 el ministro Arias Salgado censuró el mensaje navideño de Pío XII por contener ciertas alusiones a la justicia social. También tuvo repercusión el mantenido entre el gobernador civil de Barcelona, Felipe Acedo y el abad de Montserrat, Aureli María Escarré al negarse éste a eliminar el catalán en el culto religioso.
Pero sin duda los máximos enfrentamientos de la jerarquía eclesiástica fueron con Falange. En el fondo estaba la pugna que ambas entidades mantenían por el control de la enseñanza y de la acción sindical. Por poner un ejemplo de esta pugna Iglesia-Falange se produjo cuando Falange impuso colocar cruces con el nombre de los caídos en las fachadas de las iglesias. Esta actuación provocó un fuerte choque entre, otra vez, el cardenal Segura y los falangistas. En esta ocasión hubo hasta enfrentamientos físicos, cuando unos sacerdotes que estaban limpiando los nombres de los caídos que los falangistas habían escrito en la fachada del palacio arzobispal sevillano, fueron agredidos físicamente por un grupo de falangistas[25].
Colaboración en la represión
Julián Casanova[26], en su obra La Iglesia de Franco, tituló el capítulo VI: La Iglesia de Franco, la iglesia de la venganza. Tan pocas palabras resumen perfectamente la actuación de la Iglesia en lo referente a la represión. Señala Casanova[27]; Un día bendecían el asesinato y otro echaban una perorata sobre el «desenfreno». Así de trágica y cómica era aquella España católica.
La colaboración de la Iglesia respecto a la represión está más que documentada; los párrocos, junto al alcalde, el jefe local de Falange, y el comandante de puesto de la Guardia Civil, eran los que firmaban los informes sobre las personas que iban a ser juzgadas. Asimismo, los párrocos podían elaborar un informe sobre alguien, aunque nadie se lo hubiera pedido. La mayoría de estos informes eran negativos y no pocos llevaron a personas ante el pelotón de ejecución o a ser «paseados».
Un ejemplo de lo anterior fue el cura de Segarra (Lérida). Este cura envió un informe negativo sobre 18 vecinos que estaban encausados, no contento con eso, reclamaba fueran encausados otros vecinos; a todos los acusaba de ser blasfemos, iracundos, antirreligiosos, expropiadores, asesinos de curas, etc., además, sobre uno de ellos que fue militante de la CNY, añadía que era feo, bruto y cobarde[28].
Con estos informes negativos no hacían sino cumplir con las instrucciones que redactó el arzobispo de Santiago, Tomás Muñiz de Pablos, el 31 de agosto de 1936, prohibía al clero dependiente de él avalar la religiosidad de todos aquellos que hubieran estado afiliados a sociedades marxistas, en su escrito mantenía que cuando las autoridades civiles o militares así lo requirieran entonces calificarían en conciencia, sin miramiento alguno, sin atender a consideraciones humanas de ninguna clase. En esa misma línea el obispo de Badajoz, José María Alcaraz, en su epístola, Normas sobre certificados de conducta, señalaba las dos normas a las que deberían atenerse para elaborar los informes: 1) No hacer divagaciones sobre la conducta religiosa de la persona sobre la que se elabora el informe, 2) No dar noticias atenuantes por una mal entendida benevolencia[29].
El jesuita José Antonio Pérez del Pulgar, escribía una recomendación a los sacerdotes nombrados para la redención de penas por el trabajo: El capellán no debe hablar jamás ni en público ni en privado de asuntos procesales ni poner en tela de juicio la justicia de las condenas, ni ofrecer su intercesión o buenos oficios, que le están estrictamente prohibidos, con aquellos que pudieran ser lícitas en otras personas[30]
Más directa aún fue la actuación otros religiosos que directamente señalaban que personas debían ser asesinadas, como el cura Isidro Lombaz Méndez, encargado de señalar a los que deberían ir a la plaza de toros de Badajoz para ser ametrallados; o el de Manuel Vaquero, párroco de Tocina (Sevilla).
Los curas también estaban presentes en las cárceles, de su paso por ellas el sacerdote Martín Torrent García escribió un libro en 1942 titulado ¿Qué me dice usted de los presos? De este libro Julián Casanova escribe: […] Martín Torrent nos proporcionó en poco más de ciento cincuenta páginas el testimonio más cínico que pueda imaginarse sobre la pasión y muerte en las cárceles de miles de hombres y mujeres[31] . Una pequeña muestra del talante del «caritativo» sacerdote, es lo que escribía sobre los condenados a muerte: ¿Cuándo moriré (…) repiten a diario las voces íntimas de millones y millones de conciencias? Pues bien: el único hombre que tiene la incomparable fortuna de poder contestarte a esa pregunta es el condenado a muerte. Moriré a las cinco de esta misma mañana ¿Puede darse una gracia mayor para un alma que haya andado en su vida apartado de Dios?[32]
La actuación de sacerdotes y monjas en las cárceles franquistas solamente puede considerarse como una de las mayores atrocidades que han cometido religiosos en la historia contemporánea, sino la que más. Como muestra de ello la actuación del párroco del penal de Ocaña, que era el encargado de dar el tiro de gracia a los que habían sido fusilados. Entre 1939 y 1959 fueron asesinadas 1.300 personas en este lúgubre penal[33]. Y el caso de este sacerdote asesino no fue el único, recordemos que, durante la guerra civil, Juan Galán Bermejo, conocido como el «cura de Zafra» se jactaba de haber asesinado a más de cien marxista[34].
Sobre la actitud de la Iglesia respecto a la represión habló el fraile historiador Hilari Raguer en una entrevista que concedió el diario.es el 14 de abril de 2017:
La Iglesia no ha asumido la responsabilidad de su silencio ante la represión franquista. No todos los cadáveres hacen el mismo bulto. El de un terrateniente, un alto empresario, un sacerdote o un obispo, ocupa más. En cambio, un pobre jornalero andaluz, matado por el ejército de África en la ofensiva hacia Madrid, no tenía a nadie en el extranjero que hiciera propaganda de él, pero los sacerdotes y los obispaos algo debían saber.
La iglesia española debería pedir perdón porque tuvo una responsabilidad en la Guerra Civil y la represión franquista […] La Iglesia española no ha pedido perdón, al contrario de lo que han hecho las iglesias de Chile, argentina o Alemania por su complicidad con la represión y los crímenes dictatoriales. En cambio, aquí no se quiere reconocer nada. Más bien la posición que, ya incluso en democracia, más cercana al franquismo, aunque no quieran decirlo abiertamente.
Para terminar este apartado he de resaltar la acción directa que tuvo la Iglesia en la represión de un grupo determinado, el de los protestantes. El cardenal Segura, desde su feudo sevillano, alentó a que se llevaran a cabo atentados contra los protestantes, que vieron como todos sus establecimientos eran destrozados por las hordas llenas de fervor católico. En la misma línea de Segura podemos mencionar al jesuita Ramón Sánchez de León, fundador de la Asociación Fe Católica, o al también jesuita Albino González Menéndez-Raigada, autor del Catecismo Patriótico Español, en el que catalogaba a los protestantes como sabandijas ponzoñosas que escódense en mechinales inmundos para seguir desde la sombra arrojando su baba y envinando el ambiente[35]. La víctima más conocida de los protestantes represaliados fue el asesinado Atilano Coco, pastor protestante de la iglesia anglicana y amigo de Unamuno.
Disidencias
Durante todo el período que nos ocupa no hubo jamás una postura en ningún miembro de la Iglesia católica que se postulara de forma clara contra el Régimen. La primera no ocurrió hasta el 14 de noviembre de 1963, cuando el abad del monasterio de Montserrat, Aureli María Escarré, hizo unas declaraciones denunciando a nivel internacional la represión franquista: El régimen español se dice cristiano, pero no obedece los principios básicos del cristianismo. Esta declaración se la hizo al periodista de Le Monde, José Antonio Novais. Estas declaraciones le costaron que fuera expulsado de España.
Años antes, en 1955, un sacerdote jesuita tuvo una crisis existencial, era José María Llanos, en ese año se trasladó a vivir al Pozo del Tío Raimundo, un barrio chabolista madrileño. Durante su estancia en este barrio comenzó una evolución ideológica que le llevó a ingresar en el PCE.
Conclusiones
La Iglesia estuvo presente en todas y cada una de las instituciones y de las actuaciones del Régimen: en la represión, participando activamente en ella; en la cobertura social, a través del Auxilio Social, desde donde fue partícipe del secuestro de niños; en la educación monopolizando la educación privada e imponiendo la religión en las aulas, institutos y universidades públicas; importante presencia en las Cortes, etc.; y por supuesto en la implantación del nacionalcatolicismo como base de actuación del Régimen.
Todo lo anterior fue posible porque desde el primer momento el Nuevo Estado se apresuró a declarar su confesionalidad. Por las prebendas y privilegios que el franquismo otorgó a la Iglesia católica. Llegó a tal punto la simbiosis entre el Régimen y la Iglesia, que ser español era sinónimo de ser católico.
Bibliografía mencionada
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- CASANOVA, Julián (coord.) (2015): 40 años con Franco, Barcelona.
- CASANOVA, Julián (2015b): La dictadura que salió de la guerra, en Julián Casanova (coord.), 40 años con Franco, pp. 53-77.
- ESLAVA GALÁN, Juan (2008): Los años del miedo. La nueva España (1939-1952), Barcelona. Edición digital.
- GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo (2023): Iglesia, Falange y Nuevo Estado, Granada.
- GONZÁLEZ DURO, Enrique (2003): El miedo en la posguerra, Madrid (edición digital).
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- SÁNCHEZ JIMÉNEZ, José (1999): La jerarquía eclesiástica y el Estado franquista: las prestaciones mutuas, en Ayer, nº 33, pp. 167-186.
- SÁNCHEZ RECIO, Glicerio (1999): Líneas de investigación y debate historiográfico, en Ayer, nº 33, pp. 17-40.
[1] Los que abanderaron esta calificación fueron el cardenal Gomá y el obispo Pla i Deniel.
[2] Riquer: 30.
[3] También conocida como los Jerónimos.
[4] Citado por Sánchez Jiménez: 167.
[5] Publicada el 21 de mayo de 1939.
[6] Sánchez Recio, 1999: 31.
[7] González Calleja: 8.
[8] Ver González Calleja:5
[9] Ministro de marzo a diciembre de 1975. Miembro de la Asociación Católica de Propagandistas.
[10] Citado Barciela, 2023: 66.
[11] Citado Barciela, 2023:66.
[12] Condenado a 19 años de cárcel en el Proceso 1001.
[13] Citado Barciela, 2023: 67.
[14] Tres meses antes de la celebración del Congreso, en la propia Barcelona habían sido fusilados cinco militantes de la CNT.
[15] Citado Riquer: 361.
[16] Cita Riquer: 517.
[17] Tomado de Eslava: 50.
[18] Citado González Duro: 247.
[19] Esta norma dio lugar a la creación de la cárcel concordataria de Zamora, que fue clausurada cuando los sacerdotes que estaban allí internados la incendiaron.
[20] Citado Casanova, 2015b: 82.
[21] Citas Riquer: 292-293.
[22] Ver Miret, 1980: 77.
[23] Manifestaciones realizadas el 4 de mayo de 1953.
[24] Citado Riquer: 371.
[25] Ver González Calleja: 34-43.
[26] Casanova, 2001.
[27] Casanova, 2001: 236.
[28] Ver Casanova, 2001: 251.
[29] Ver Garrot: 13-14.
[30] Citado Casanova, 2001: 260.
[31] Casanova, 2001: 257.
[32] Citado Casanova, 2001: 258.
[33] Ver Garrot, p. 17.
[34] Ver Garrot, p. 18.
[35] Citado Abella, p. 62.