Estas semanas parece que, con el nuevo gobierno, se ha vuelto a abrir el debate sobre el Valle de los Caídos. Un debate que sería impensable en los países democráticos de nuestro entorno, pues ninguna democracia seria aceptaría estar discutiendo que se hace con un monumento fascista y los restos de un dictador. Lo de este país es algo anormal e impresentable
A pesar de que Franco y el franquismo estén considerados en todo el planeta como Fascismo puro y duro (y así se estudia en todas las universidades del mundo), sus descendientes políticos han intentado no solo mantener miles de monumentos fascistas disfrazados de patrioterismo vulgar, si no también querer limpiar la imagen de un régimen ominoso mediante ese repugnante método que es el paso del tiempo. A esto habría que unir los más de cien mil demócratas que siguen en las cunetas y el olvido inducido de las grandes conquistas sociales y modernizadoras del periodo republicano.
Pero lo del Valle de los Caídos o Cuelgamuros supera los límites de la razón y la lógica. Haciendo creer que es la Historia de España, y que hay que conservarla como si fuera la Alhambra o el Acueducto de Segovia, se pretende mantener algo que no merece ningún respeto. Más increíble todavía es creer que puede ser un lugar de reconciliación.
Pues no, este monumento es un símbolo de humillación y propaganda de la victoria de un ejército que se sublevó contra su pueblo porque cambiaba un orden social que los poderosos no iban a aceptar. Apoyado por Hitler, Mussolini, Salazar y muchas multinacionales que pronto hicieron buenos negocios con Franco, así, los mismos que mandaron a la División azul con sus aliados naturales, los “otros” entraban con las fuerzas aliadas en el París liberado o morían en campos de concentración nazis. Por si hay dudas del contexto histórico.
Este monumento fue construido mientras España todavía pasaba hambre, dedicándose millones en recursos que podrían haber aliviado a la población. Ahora sabemos también que los grandes gerifaltes franquistas además se llevaban comisiones que les hicieron aún más ricos. Construido además, en parte, con prisioneros esclavizados, y con unas prisas que provocaron cientos de accidentes laborales que simplemente eran secreto de estado.
Este monumento, en la actualidad, se sigue protegiendo a pesar del grandísimo coste de mantener semejante barbaridad (1.8 millondes de € al año). Y lo que es más humillante y despreciable, Patrimonio Nacional lleva a la tumba del dictador flores frescas todos los días, con nuestro dinero.
Este monumento deber ser DEMOLIDO. Por supuesto sacando antes a los miles de combatientes (de ambas partes) metidos allí sin permiso de nadie, y en un estado tan lamentable que seguramente sea imposible separar e identificar personas. Los restos que no se pudieran identificar, o que nadie reclamara, sí podrían ser objeto de algún monumento de reconciliación en algún otro lugar. Pero nunca en el mismo sitio en el que fue venerado el principal protagonista de su muerte. Por su significado no cumple ni el mínimo requisito para hacer allí un proyecto de reconciliación. Los restos del dictador se devolverían a su familia, cediendo en un acto de caridad que nunca tuvo el jefe del genocidio político español.
Además, no tiene el más mínimo valor arquitectónico, y se está cayendo a cachos por la malísima calidad de los materiales empleados y los defectos de construcción (parece que lo de la corrupción les viene de lejos).
La demolición de semejante monstruo, en todos los sentidos, debería hacerse sin contemplaciones ni complejos, sin importarnos la reacción de los herederos ideológicos del fascismo español, y mucho menos la de esa manada de “moderados” que piensan que eso sería abrir heridas. Los primeros gritarán muy alto y simplemente habrá que señalarlos como fascistas cavernícolas, y a los segundos, un poco cuñados ellos, dentro de unos años pensarán que ellos también estaban de acuerdo (como el divorcio, el aborto, el matrimonio igualitario etc.…)
No hay otra opción DEMOLICIÓN