¿Quién puede querer destruir algo tan bello?

El horrible ruido de esos brillantes pájaros asustó a los de la zona, el ruido del frotar de las extremidades de los insectos se detuvo,… Esto ya lo he visto antes, a pesar de que llevo correteando y jugando a cazar en lo profundo del bosque tan solo un puñado de lunas llenas, he sido testigo otra vez el vuelo de estas horribles aves.

La otra vez fue igual, caminaba junto a mi madre, con paso aún torpe, y el sol reflejado sobre las alas de esos monstruos voladores, a lo lejos, fue lo primero que vimos, sólo he visto el sol brillar así en la superficie del agua. Un instante después nos llegó el ruido constante y fuerte que hacía, como un millón de chicharras.

Lo peor vino después, una nube densa y pesada cayó desde el pájaro, como magia, sobre el bosque, noté el terror en el temblor y los ojos de mi madre, eso me asustó mucho. Corrí todo lo que mis aún torpes pasos me permitieron, mi madre por fin me cogió con sus fauces, como cuando era un cachorro recién nacido, para acelerar el paso. Mis ojos escocían y lagrimeaban, me escocieron durante varios días. Mi madre enfermó, aunque pocas lunas después ya volvía a cazar.

Pasó algún tiempo hasta que volvimos por esa zona de caza, para descubrir horrorizados que todo estaba muerto allí. El antes tupido suelo estaba desnudo, los árboles secos y negros como la noche, el olor era de muerte, no había insectos, no quedaban plantas vivas, ni ningún ave. El silencio era algo sobrenatural, algo imposible.

No hemos vuelto nunca allí, y hoy se repite, el pájaro de muerte ha vuelto a verter sus nubes en el bosque. Mis ojos se vuelven a llenar de lágrimas, pero esta vez por la pérdida que vendrá, y mi corazón de una pena enorme. Nuestra casa se muere, la están matando con nubes venenosas, ¿quien puede querer destruir algo tan bello y lleno de vida?

Miro a mi madre, que aparta su mirada al sentir mis ojos interrogantes, no tiene respuestas para explicar esta locura. De nuevo me apremia empujándome con el hocico. Ambos corremos de nuevo, huyendo del aliento venenoso de esos pájaros atronadores. Ambos corremos con un peso enorme en el alma, producto de la pena, porque ya sabemos que la muerte ha vuelto a nuestro cada vez más escaso hogar.

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