El espantapájaros de Marx según Sorel

En la obra El marxismo de Marx, el francés Georges Sorel, padre del sindicalismo revolucionario que luego acabará derivando en fascismo, trata de explicarnos los errores que él encontraría en el pensamiento de Karl Marx, pero curiosamente parece que el autor no se introdujo en ese pensamiento, y cuando se refiere a él no nos queda claro contra qué o quién está disparando.

Antes de nada, dejo claro que no pretendo juzgar al autor en base a su posterior deriva hacia el fascismo, sino por lo reaccionario de sus ideas (que, en el caso de una hipotética muerte prematura, seguirían siendo igual de filo-fascistas). Para esto hay que dejar claro que no existen las personas-ídolo, ya que las ideas políticas que cada personaje histórico representa son encarnaciones de su tiempo y sus circunstancias, plasmadas de modo más o menos conciso dependiendo de su intelecto.

Antes de pasar al análisis, cabe destacar la relación de Georges Sorel con autores como Benedetto Croce, Vilfredo Pareto, Gramsci, Werner Sombart… Con parte de estos comparte el hecho de que mediante la crítica al “economicismo” pretenden superponer la superestructura social a la estructura económica (representado en la máxima “La diferencia está en las formas”), atentando así contra los principios del marxismo. De esta forma trata de salvar una parte del marxismo, olvidando que este es un método único que nos sirve para conocer y así transformar la realidad, intentando que se convierta en una especie de “libro de consejos de falsos revolucionarios”.

Una de las claves del pensamiento sindical-revolucionario es su introducción del nacionalismo (germen así del que será el nacional-socialismo), defendiendo la tesis de los Estados “burbuja” inconexos unos de otros, catalogándolos como entes naturales y eternos. Pero el capitalismo se expresa como tal en Inglaterra para luego expandirse adaptándose a las condiciones de cada estado, no imponiéndose (por lo menos hasta la llegada del jacobinismo), siendo un proceso gradual y dialéctico.

Uno de los argumentos centrales del autor será una falacia, ya que desacredita las leyes descubiertas por Marx por la “falta de fuentes” (¡), ni siquiera por encontrar contradicciones o refutaciones a sus tesis… Esto nos lleva al mito empirista de que la realidad es inabarcable, cuando el propio Marx defendía que en el plano de la historia había que estudiar lo trascendente, no la microhistoria inútil. Esto deriva de la defensa de autores burgueses que “estudian” más a fondo el tema, pero que como Sorel le tienen pánico a la transformación de la realidad.

La obra expone muchos más razonamientos ridículos que por cuestión de extensión no podré analizar: al igual que Weber, se olvida de que la religión son las proyecciones ideales del mundo, no la realidad; la alabanza al corporativismo “social” de la Edad Media en base a la caridad o el mito de la conversión del obrero en burgués; la reducción de la lucha de clases en “pugna entre intelectuales”; una supuesta defensa de la familia que le sirve para introducir el concepto burgués de la moral; seguimiento de un esquema metafísico que deriva en la “explosión violenta de las masas” olvidándose de la alienación, y siendo incapaz de reconocer el origen material del poder y la coerción; el viejo intento de la separación de producción y distribución capitalista…

Aunque de modo indirecto, una de las ideas centrales de la obra es la labor de Sorel como Celestina, intentando reconciliar a socialistas con utópicos y anarquistas, bajo la falacia de “distintos métodos mismo fin”. Esto se relaciona con el fuerte ataque del autor a las tesis de la Misera de la filosofía (bueno, más bien a partes inconexas o imaginadas por el propio Sorel) que precisamente retrataron lo falso del “socialismo” pequeño burgués. Aquí es donde explicamos lo pintoresco del título, ya que en lógica formal se conoce como “falacia del espantapájaros” cuando un discurso se basa en argumentos que en ningún momento son defendidos por el contrincante al que se pretende refutar.

Esto es lo que hace Sorel cuando se refiere a las citas de Marx descontextualizadas o mal interpretadas, o cita a Adler o a Kautsky en lugar de a autores marxistas de verdad. Otras veces prosigue con su falacia pretendiendo asocial al marxismo la sociología de Durkheim… A esto se le suma el hecho de que en ningún momento el autor consigue esconder su amor platónico (y nunca mejor dicho), por Proudhon, al que no consigue vengar ya que por lo menos este batallaba con las verdaderas tesis de Marx (aunque esto le supusiese dejarse en ridículo), pero Sorel ni es capaz de ponerse frente al marxismo para ser corregido como su ídolo. Otra idea muy recurrente es la alabanza de la revolución francesa, lo que hace que en la práctica su ideología se pueda mostrar como una especie de “jacobinismo revolucionario”.

Esto nos lleva también a la curiosa devoción que manifiesta el autor por el revisionismo de Bernstein, mostrándonos aquí una conexión entre proto-fascismo y socialdemocracia que la Academia lleva siglos intentando ocultar (sobre todo mediante el monstruo anquilosado de la teoría de los “totalitarismos”). Por lo tanto, la denominación de “socialfascismo” adoptada por la III Internacional sigue resultando un poco exagerada, pero en la práctica remonta a la conexión de ambos por su reformismo representante de lo máximo a lo que puede llegar la burguesía en su afán “revolucionario”.

Todo esto está de sobra explicado en Miseria de la filosofía, obra que parece que Sorel nunca consultó en su totalidad, aunque es comprensible por la gran cantidad de secreciones lacrimales que seguramente le producía asistir a la brillante refutación (llegando en ciertos puntos a rozar lo pornográfico) que Marx hizo de su padre intelectual. El resto es cuestión de tener un mínimo de percepción histórica, siendo imprescindible deshacerse de la creencia en el fantasma del “totalitarismo”.

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