Muterrecht. El derecho materno o matriarcado, desde la prehistoria hasta nuestros días (1)

Johann Jakob Bachofen fue un jurista, de Basilea, (1815 – id., 1887), antropólogo, sociólogo y filólogo suizo. Es todavía hoy uno de los principales representantes de la antropología. En su gran obra «El Matriarcado», habla del  sistema ginecocrático, imperante en las primeras sociedades prehistóricas; su desarrollo a lo largo de la historia y su declinación ante el advenimiento del patriarcado como sistema regulador de la sociedad vigente aún en la actualidad.

Bachofen, habla en sus investigaciones  del descubrimiento de un sistema jurídico muy arcaico basado en la autoridad de las madres, el Muterrecht (Derecho materno o matriarcado), y que en su opinión habría correspondido a las fases más primitivas de la Historia de la Humanidad.

Las formas de vida ginecocráticas se muestran claramente en aquellos pueblos que se contraponen a los griegos como razas más antiguas; son un componente esencial de aquella cultura originaria cuya fisonomía peculiar está íntimamente relacionada con el predominio de lo materno.

Por otro lado, Carl Gustav Jung, en términos de la psicología analítica explicaba que toda la cultura se sostenía sobre la predominancia simbólica del arquetipo de la Madre:
«Por supuesto, es lógico que la más primitiva representación del poder divino en forma humana haya sido más bien femenina que masculina. Cuando nuestros ancestros empezaron a formularse las eternas preguntas (¿de dónde venimos al nacer? ¿A dónde vamos después de morir?), tuvieron que haber observado que la vida emerge del cuerpo de una mujer. Para ellos debe haber sido natural imaginar el universo. como una Madre bondadosa que todo lo da, de cuyo vientre emerge toda vida y al cual, como en los ciclos vegetales, se retorna después de la muerte para volver a nacer…»

Según todos estos antropólogos, mitólogos e historiadores, en la época del Neolítico, los cazadores veían que las mujeres eran la fuente de la nueva vida; eran ellas y no los varones, de los que se podía prescindir, quienes aseguraban la continuidad de la tribu.

Otro ejemplo es el de Joseph John Campbell, mitólogo, escritor y profesor estadounidense, más conocido por su trabajo sobre mitología y religión comparada.
Su obra es vasta, abarcando muchos aspectos de la experiencia humana. Él explica que el tránsito del matriarcado al patriarcado tendría lugar en un principio en Grecia, mediante la introducción de la religión apolínea, pero sólo quedará definitivamente consolidado en Roma, gracias al establecimiento del derecho y de la idea del Estado.
El Derecho romano se asienta de esta manera en una serie de principios entre los que ocupa un papel preponderante la idea de la paternidad y la autoridad del paterfamilias.

Buceando por la historia se puede encontrar que las primeras representaciones simbólicas femeninas del Paleolítico (período que comenzó hace unos 2,5 millones de años) son de carácter religioso, y que antes de la revolución patriarcal la mayor parte de las deidades humanas eran femeninas. En todo el mundo antiguo, desde Asia Menor al Nilo y desde Grecia al Valle del Indo abundan las estatuillas de la figura femenina desnuda, en diferentes posturas, de la diosa sostenedora y abarcadora de todo.

La arqueología demuestra que durante los últimos 40.000 años de la Prehistoria humana sólo se rendía culto al Principio femenino, a la Madre Naturaleza, o a la Gran Madre Tierra, todas ellas variantes de un mismo mito.

Según Bachofen, un mito no puede estudiarse aisladamente, mediante su mera
localización histórica, sino que su verdadero contexto lo constituye un sistema ideológico, propio de cada Era y de cada Civilización. Ahora bien, los mitos poseen una gran inercia, y por ello no sólo sirven para expresar los principios de la civilización que los crea, sino que también pueden conservar inmersas en su seno ideologías de civilizaciones anteriores, características de las más primitivas fases del desarrollo de las civilizaciones.

Por eso, numerosos antropólogos presuponen que el culto era llevado a cabo por su representantes femeninas: sacerdotisas, magas, hechiceras, curanderas, hadas, chamanas, brujas, meigas, remedeiras/salud-dadoras, pharmaceuticas, vestales, adivinas.

Hechos comprobados, como la ciudad de Licia que se remonta al 1200 a.C al suroeste de Asia menor (lo que es actualmente Turquía), muestran que ponían nombre a partir de la línea materna, el derecho de sucesión era exclusivo de las hijas que, según el derecho licio, el linaje pasaba de madre a hijas exclusivamente.

O como en Creta, que fue habitada desde el Paleolítico, cuna de la civilización minoica y aquí el sistema ginecocrático llegó a su máximo esplendor. Una civilización que llamaba a su nación Metrópoli, donde el significado de «meter» madre y «polis» ciudad, nos hacen ver cuán  importante era para ellos este sistema. Se refieren a ella cuando los cretenses formulan el más alto grado de amor a su país natal con la palabra «metrópoli», cuando la comunidad del seno materno se destaca como el lazo intrínseco, el verdadero, de la relación fraternal originaria, cuando aparece como el deber más sagrado proteger a la madre, socorrerla, vengarla, cuidarla.

La historia nos pone de relevo a los locrios, estos nos llevan hasta los léleges, y a éstos se unen los carios, etolios pelasgos, caucones, arcadios, epeos, minios, telebeos…; y en todos ellos aparece el matriarcado, y la civilización basada en él se distingue en una enorme variedad de rasgos particulares. El fenómeno del poder y la grandeza femenina, cuya consideración ya provocó la sorpresa de los antiguos.

La ginecocracia comprende el derecho de la mujer de escoger a su marido. Este es un
aspecto del que no hemos sabido nada hasta el momento, y sin embargo justamente
este rasgo es esencial para la descripción de aquellas condiciones primitivas de la
sociedad humana. La mujer elige al hombre, al cual ella está destinada a dominar en
el matrimonio. Ambos derechos están en una relación necesaria. La hegemonía de la
mujer comienza con su propia elección. Corteja la mujer, no el hombre. La mujer se
da en matrimonio, ella cierra el contrato, no es entregada ni por el padre ni por ningún otro hombre.

Encontramos que  Etruscos y egipcios tenían del linaje materno en su genealogía la misma fuente que Licios y Cretenses. El derecho de elección de las muchachas se encuentra también reconocido en otras tradiciones, como para las galas, cuya elevada posición ya destacaba en el tratado de Aníbal, en el que la decisión de los litigios era asignada a las matronas galas.

Datos interesantes, este sistema estaba todavía más completamente formado entre los cántabros, según Estrabón (geógrafo e historiador griego 63 aC -23 dC) refiere lo siguiente: “Entre los cántabros, los hombres dan dote a las mujeres. También entre ellos sólo las hijas heredan. Las hermanas otorgan esposa a los hermanos”.
Otro dato en la historia, cuando se habla de Alejandro Magno pidiendo consejo a las sacerdotisas antes de la batalla se expresa como algo nimio, pues bien, no era así como pretenden hacernos creer, siempre tenía que solicitar su anuencia para poder llevar a cabo sus propósitos.

Dilucidando todo esto, resulta cuando menos curioso que en el devenir de los siglos se cambiará para siempre esta forma de ser, e incluso se creara  la palabra «patria», que tiene su origen en el término latino terra patria, “tierra de los padres” para desterrar para siempre todo influjo o mito dedicado al derecho materno, cuando a lo largo de la civilización aparece sin lugar a duda el culto a la mujer en forma  de deidades.

En Sumeria, nos encontramos con la Diosa Innana, Ereshkigal, la Diosa madre a la que se le representa pariendo continuamente, los babilonios la llaman Inshtar, los egipcios llamaban a la Diosa madre Isis, Los sirios la llaman Astarté o Asherrat, y en India se conoce como Aditi. Otras representaciones de la Gran Diosa fueron: Abahíta, Shing-Moo en China, Cibeles, Amatera su diosa japonesa, Selene, diosa griega de la Luna, Artemisa o Diana, Afrodita, Amus (diosa de los celtas), Tetevina (diosa madre del dios de los aztecas).

En fin, como vemos, el sistema ginecocrático en los principios de la humanidad hasta bien entrada la edad del bronce era su máxima, su religión  y su juicio, distinguiéndose por ser una civilización pacífica, igualitaria, en armonía con la naturaleza y fructífera en su desarrollo. Es la magia del matriarcado que en medio de una vida llena de fuerza es eficaz como principio divino de la vida, de la concordia, de la paz. Donde en los cuidados del feto, la mujer aprende antes que el hombre a extender su amante cuidado hacia otro ser sobre los límites del propio yo, y a dirigir todo el ingenio que posee su espíritu a la conservación y embellecimiento del ser ajeno.

De ella parte  toda herencia de civilización. Todo beneficio de la vida, toda devoción, todo cuidado y duelo por los muertos reiterando la expresión de la historia y el mito en el tiempo.

Isabel Bailo Domínguez
Isabel Bailo Domínguez
Profesora de educación infantil, técnica fitosanitaria cualificada, técnica medioambiental y forestal, madre a tiempo completo, actualmente estudiante de grado de historia y Rebelde con causa

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