El principio de Hanlon, también conocido como la navaja de Hanlon, establece que «nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez»
Puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que los más bajos sentimientos de vileza, ira, mezquindad, egoísmo, etc., que poseen las personas, llevan intrínsecos en la humanidad desde que en la mitología griega Chronos y Kairós complementaban como la cerradura y la llave.
Igualmente, poseemos otros grandes sentimientos o valores, tales como la nobleza del alma, es decir, el respeto, la honestidad, la bondad y la justicia entre otras.
Pues bien…, todos ellos, no dependen de las circunstancias ni del momento.
En consecuencia, nada cambiará en el Orbe, si no somos capaces de cultivar e instruirnos en el arte de ser «conscientes» y de lo que significan dichos valores que ya nombraba en la antigua Grecia el filósofo Platón.
Él nos presentaba la idea de bien, como el objeto más adecuado para el sentido y causa de la realidad.
El Bien es realizable: debe encontrar su realización en este mundo, así como ya reina en el de las ideas, es la meta a la que debe tender tanto el individuo como la ciudad y este es el sentido de la ética y la política, que consiste, en la disposición del alma humana y la ciudad siguiendo el modelo eterno del Bien. (Teoría de las formas, Platón)
Responsabilizamos a falsos mesías, gobiernos, o ideologías políticas, como si estos fueran «Entes superiores» o Dioses intangibles, que tienen todo el derecho a decidir nuestro hado por derecho divino, cuando en realidad todo depende del despertar de la consciencia de cada individuo. Solo cuando ésta llegue, será posible un cambio real para alcanzar la libertad del pensamiento.
Mientras tanto, al compás de la música barroca del siglo XVII denominada “Sonata Rondó” donde el estribillo se repite y repite…, al igual que nosotros, seguiremos girando como ratones en la rueda del tempo.
