Quién nos diría a inicios del 2022 que solo unos meses después de las uvas se iba a recrudecer el conflicto en Ucrania hasta la guerra a gran escala que llevamos presenciando más de 300 días. Pero, aunque no esperábamos mucho, tanto la actuación de los medios generalistas como del gobierno español (enmarcado en su servilismo a la Unión Europea) ha sido realmente lamentable.
Empecemos primero repasando el modus operandi de los medios de comunicación. La primera cuestión a la que cabría referirse es al hecho de que desde el 24 de febrero todos los medios siguieron la retórica de que la invasión rusa de Ucrania se había producido por una especie de iluminación-embolia que le había dado a Vladimir Putin para esclavizar Europa. Es más que sorprendente como medios que se suponen “profesionales” exponen con el mayor descaro la disparatada teoría de que un país de 145 millones de personas es gobernado únicamente por la única figura humana de Putin.
De las declaraciones que más me han dolido han sido las del historiador Julián Casanova, a quien respetaba enormemente, pretendiendo hacer una secuencia psicológica lineal entre Iván el Terrible, Stalin y Putin… Esta retórica supone pasarse por el arco del triunfo la expansión y desestabilización que venía realizando Estados Unidos en el espacio postsoviético desde la caída del muro de Berlín, especialmente a través de la OTAN. Sumado a esto habría que recordar que el Este de Ucrania (la zona más rica a nivel de recursos del país) lleva en guerra desde 2014, año de la conocida revolución naranja del Maidán.
Otra afirmación esotérica, que por fortuna se ha ido abandonando conforme avanza la guerra, es la comparación de la guerra civil española con la invasión rusa… Realmente esperpéntico: En el 36 España estaba en camino de alcanzar su soberanía y de avanzar hacia el progreso de la parte más desfavorecida de su población, mientras que desde los años 90 Ucrania es una mezcla entre un narco-estado y un estado fallido, con una élites que oscilan entre el servilismo a Estados Unidos o a Rusia, y cuyo pueblo se ve entre la disyuntiva de escoger emigración o miseria.
Pero hablando de España, en los primeros días de invasión lo que nos desconcertaba a todos era la inquina que Pedro Sánchez parecía mostrar por Putin. No se ha filtrado información al respecto, pero se rumorea que Sánchez se llegó a vestir de militar para ir a bordo de la fragata Blas de Lezo rumbo al Mar Negro en los albores del conflicto. Quién le hubiese dicho a Pablo Iglesias, o al Felipe González del “No a la OTAN”, que en 2022 el máximo dirigente del Partido Socialista Obrero Español sería uno de los más fervientes defensores del Tratado del Atlántico Norte y del servilismo a los designios imperialistas de Estados Unidos.
Y es que otro relato que se pretendió reforzar a toda costa es el de que “la Unión Europea nos salvará”, mientras la realidad nos mostraba como esta organización resulta ser únicamente el perrito faldero del imperialismo estadounidense en el Viejo Continente. Es realmente criminal la actuación del gobierno español volcándose en el apoyo al gobierno pro USA ucraniano, mientras ni siquiera se mencionaba lo que sucede en Palestina o en el Sáhara (ejemplo aún más sangrante debido a la responsabilidad histórica española en el mismo). Porque claro, supuestamente Europa no se relaciona con régimen “autocráticos” como el ruso, pero sí con potencias democráticas y súper tolerantes como Arabia Saudita o Qatar… En fin, quien ingenuamente siga pretendiendo introducir la moral en las relaciones geopolíticas internacionales solo podrá llegar a una visión ilusa e interesada de la realidad del mundo en el que vivimos.
Espero que lo anteriormente apuntado sirva para caracterizar mínimamente que clase de conflicto se está produciendo en Ucrania. Efectivamente estamos ante una guerra inter-imperialista, por lo que apostar por la “victoria” de cualquiera de los dos bloques solo supone definirse como un mercenario que se vende al mejor postor, mientras se sigue condenando a los pueblos ruso, ucraniano y estadounidense.
Después de haber aclarado ciertas cuestiones del ámbito más inmediato, podemos ir un paso más allá en el análisis del conflicto ucraniano. Y aunque sea por mera deformación profesional, creo que la historia nos resulta de gran utilidad para comprender mejor este asunto.
Por esto mismo debemos remontarnos al inicio de la sumisión de Europa hacia los Estados Unidos de Norteamérica. Aunque quizás debamos hablar de simbiosis entre los intereses imperialistas de ambas regiones. No nos olvidemos que los propios Estados Unidos surgen a raíz del auge del imperialismo europeo (inglés, concretamente), y no se independizan (políticamente) del mismo hasta finales del siglo XVIII, aunque USA no logró su independencia económica hasta la Gran Guerra, saldando así su deuda internacional con las principales potencias europeas. Pero como bien se sabe, la sed del imperialismo es insaciable, y esto provocó la intervención militar estadounidense en Europa durante la II Guerra Mundial.
Pero lo que más nos interesa es como finalizó esa contienda, surgiendo de las cenizas de esta el mágico Plan Marshall (debido más a sus efectos propagandísticos que a su importancia real) y la OTAN. Desde entonces el destino de las principales potencias europeas ha estado ligado irremisiblemente al del gigante norteamericano. Muy especialmente el del país derrotado en la Segunda Contienda Mundial, la Alemania occidental. Con Gran Bretaña ya la unían vínculos históricos, y mientras la orgullosa Francia se hacía la estrecha para conseguir una posición privilegiada dentro del bloque.
Pero la Guerra Fría llegó a su fin, y la retórica que daba sentido a la unión de este bloque comenzó a debilitarse. Por el otro lado, como nunca me canso de indicar, para la correcta comprensión de la falsamente caracterizada como monolítica “Guerra Fría”, cabría preguntar ¿en qué medida se puede seguir hablando de “peligro comunista” en referencia a una URSS que apostaba por la coexistencia pacífica, orientaba su economía hacia parámetros capitalistas, tejía alianzas con socios anticomunistas y sanguinarios como Nasser, y procedía a invadir países como Afganistán? La “desestalinización” parece apuntar más de un cambio de la URSS en un sentido ideológico, siendo así en estos momentos cuando surge la concepción de la URSS como un espacio geopolítico de un determinado bloque social-imperialista, dejando de ser así un país socialista que pugna por la revolución proletaria mundial (tal como nos parece indicar Ricardo Marquina en su documental Rusia, la revolución conservadora).
Aunque quizás me he excedido en este último punto, finalmente cabría hacer una mención a la división que se está produciendo en el seno de la Unión Europea, entre aquellos países más ricos y occidentales, que ven en la guerra de Ucrania una situación de crisis irreversible y que una relación negativa con Rusia solo los debilita, mientras aquellos otros más al este, como Polonia o los bálticos, que se alinean ciegamente con el imperialismo yankee con tal de contrarrestar la influencia rusa.
Tristemente la única alternativa que se vislumbra ante el servilismo hacia Estados Unidos es la propuesta populista y pre-fascista de la “Europa de los pueblos”, dejando surgir bajo esta la idea de la creación de un tercer bloque imperialista propio genuinamente europeo. Así se ha dejado ver en Hungría, Polonia o recientemente en Italia.
Pero como siempre, no intento sonar pesimista, e invito a la reflexión de si realmente estas son las únicas alternativas que tiene Europa. Cada vez es más necesaria la recuperación de la soberanía de nuestro país, más allá de los intereses imperialistas del bloque A o el B, con un proyecto que ponga a los trabajadores por encima de todo, ya que son los únicos que construyen y hacen avanzar día a día al país, y así mismo los únicos dispuestos a defender su independencia hasta las últimas consecuencias.