La Edad Media es posiblemente el período de la historia europea que más cautiva a la gente, sobre todo debido a esa visión mítica y épica que nos dejó el movimiento del “romanticismo” mucho tiempo después. Sin embargo, la realidad fue mucho más dura y ominosa.
La caída del Imperio Romano de Occidente y el mestizaje de los europeos romanos con las tribus germánicas del norte determinó gran parte de los primeros tiempos del Medioevo. Veremos en estos capítulos la historia de este periodo desde el punto de vista socioeconómico, es decir, cómo vivían las personas, en qué condiciones y cuál era su desarrollo económico. Nos centraremos además en los primeros siglos (VI-XI), los más “salvajes”, cuando la naturaleza y sus bastos bosques dominaban al hombre, cuando se perdió gran parte del conocimiento clásico y la guerra era una forma más de subsistencia. Estos primeros siglos reciben el nombre de Alta Edad Media, la etapa más oscura de la época más sombría.
Parte I El Origen de la sociedad medieval. Siglos VII y VIII
Los historiadores económicos y sociales siempre han tenido dificultades para reunir datos fiables sobre este periodo. Con una escritura en retroceso y documentación escasa, la cuantificación de datos es sumamente difícil, lo que siempre ha dejado un amplio margen para la conjetura. Sin embargo, se pueden definir claramente, después de siglos de estudios y trabajos arqueológicos, cuáles fueron las bases de esta época de nuestra civilización:
1) La Naturaleza y las fuerzas productivas
En estos primeros años, si hay algo que los defina, sería la lucha del hombre contra las fuerzas naturales para poder sobrevivir. El bosque reina por todas partes, lo que dificultaba la roturación de nuevas tierras de cultivo.
Respecto al clima, los datos más útiles para Europa son el estudio del retroceso y avance de los glaciares de los Alpes. Así los siglos V al VIII fueron fríos y húmedos, seguidos de un clima más suave y seco hasta el XII, coincidiendo con un despegue económico basado en la productividad agrícola.
Las características del paisaje dependían en gran parte de las diferencias culturales, tradición romana o germánica. La agricultura romana, muy productiva y basada en la dieta mediterránea, fue decayendo a medida que los nuevos invasores germánicos se hacían dueños del antiguo imperio. Además, la caída del comercio hizo que ya no llegaran muchos productos a zonas alejadas desde los grandes centros agrícolas, las “villae” romanas, lo que provocó en muchas zonas una vuelta a los productos autóctonos, como el tocino o la mantequilla, frente al aceite de oliva y cereales.
También influyó mucho en la decadencia del régimen romano las dificultades para mantener un sistema de producción con grandes necesidades organizativas, de infraestructura y seguridad. La decadencia romana se manifiesta en el retorno a las aldeas y sistemas de cultivo primitivos de estilo “germánico”, es decir, basados sobre todo en función de la necesidad de pastos y bosques para el ganado, caza y recolección (saltus), frente al predominio de los campos de cultivo (ager). Poco a poco se llegaría a un sistema mixto, primero porque los europeo-romanos volvían a la “barbarie” y segundo porque los germanos fueron absorbidos en gran parte por la civilización que habían ayudado a destruir; como por ejemplo la pérdida del tabú pagano que se oponía a la roturación de los bosques. En un principio la escasez de útiles, técnicas y brazos hizo que los campos de cultivo se trasladaran a las tierras abiertas más aptas, como las zonas aluviales de los ríos.
La mayor parte de la población se distribuía en pequeños núcleos, por una parte, estaba la casa del señor (domus), situada en el centro de sus dominios y rodeado de edificios para la explotación agrícola y almacenes, y por otra la residencia de los campesinos (casae), dispersas por toda la propiedad.
El estudio demográfico es una de las mayores complicaciones en esta época, la falta de documentación escrita hace que estas investigaciones se basen sobre todo en estudios arqueológicos, con la consiguiente falta de exactitud. Sin embargo, hay información suficiente para saber que ya en el siglo II la población del Imperio fue decayendo lentamente, acentuándose sobre el siglo VI por una serie de epidemias de peste y las guerras continuas que mermaron aún más a la población europea.
Lo único que se sabe con certeza es que la población llegó a ser muy escasa. Los grandes bosques del norte estaban casi vacíos, mientras que, en el Mediterráneo, el abandono de los drenajes de los cultivos hizo que se formaran zonas pantanosas en donde la malaria se convirtió en endémica. Los estudios en los huesos remarcan la desnutrición general de la población, lo que agravaba sin duda la expansión de la peste y otras enfermedades.
La falta de brazos para el cultivo no era el único problema para la productividad, los útiles de trabajo de esta época son casi menos conocidos que los del Neolítico. Existía una especie de arado, aunque no tenemos datos completos de su forma y usos, sin embargo, la falta de hierro y artesanos profesionales haría de estos instrumentos una herramienta poco útil para terrenos difíciles. Se supone que gran parte del trabajo se producía con utensilios manuales. La imagen global en esta época es la de una sociedad agraria mal equipada y con insuficiencia demográfica, con una dieta que debe complementarse con recolecciones en el bosque, la caza y la pesca.
En este vacío humano el espacio natural es inmenso, con estas condiciones el poder no será solo la posesión de tierras, sino el controlar y dominar el bien más escaso: el hombre, lo que explicará sin duda la estructura social de este tiempo.
2) La estructura social
Ni la sociedad romana ni germánica eran igualitarias, ambas estaban gobernadas por una nobleza (clase senatorial o líderes guerreros) con privilegios jurídicos y sociales. En ambas culturas existía la esclavitud, y la guerra era uno de los motores de la economía. La ruralización y mestizaje de la nobleza romana con la germánica no hizo más que revitalizar este modelo. Esto nos llevó a la creación de tres “cuerpos sociales”: Los esclavos, los campesinos libres y los grandes señores, dueños de sus vidas y trabajo.
Los esclavos
Las formas a través de la cual se podía llegar a ser esclavo (servus) eran diversas, las más comunes eran por guerras, saqueos, delitos, enajenación propia obligado por la necesidad, y sobre todo por la procreación natural de parejas esclavas. Toda casa noble, laica o religiosa, disponía de estos siervos. La iglesia católica, aunque prohibía la esclavitud, nunca la condenó ni atacó seriamente.
Los campesinos libres
El concepto de libertad individual en las sociedades germánicas estaba muy ligado al hecho de tener armas, poder participar con el jefe de su tribu en los saqueos y posteriores beneficios de las “razzias” de primavera. Esta libertad incluía también el aprovechamiento conjunto de las riquezas del territorio, pero también la obligación de reunirse periódicamente para juicios y decisiones que afectaran al grupo o algún individuo.
En las provincias romanas los campesinos no disfrutaban de una libertad real, aunque fueran ciudadanos romanos. La libertad campesina estaba muy ligada a la propiedad, situación que era muy poco habitual. La gran mayoría eran familias campesinas pobres que trabajaban tierras propiedad de otros, son los llamados “colonos”. Considerados libres, sin embargo, estaban ligados a las tierras de los propietarios, de las cuales dependía su subsistencia, lo que reducía ampliamente su independencia.
La delgada línea que separaba la libertad de la esclavitud se fue reduciendo hasta crear una sola casta social, la cual se situaba en lo más bajo de la sociedad, los siervos campesinos.
Los Señores
Las estructuras políticas cambiaron con las invasiones bárbaras, desde entonces el poder de mandar el ejército y administrar justicia recaerán en la persona del rey. La casa de este linaje será la más importante de entre la aristocracia, y recogerá el vocabulario romano para definirla como el Palacio (palatium), donde se reúnen parientes y jóvenes aristócratas para completar su educación. El rey tiene la ayuda para gobernar de numerosos sirvientes y una serie de “fieles amigos”. En esta nueva corte se mezcla la tradición germánica con la clase senatorial romana, con lo que se crea una nueva nobleza que emana del propio rey, el cual devuelve los favores con riquezas y tierras. Muchos serán otorgados con un territorio para poseerlo, el señorío, donde tienen el poder de recaudar impuestos y sobre todo administrar justicia. A estos nobles privilegiados se les llamará Condes (comte).
No podemos olvidar el gran poder de la Iglesia, la cual actuaba como un gran señor, en gran parte por las riquezas que adquiría de donaciones “piadosas”.
Lo más importante de este proceso es el poder absoluto del señor feudal sobre la tierra, y por ende de las familias campesinas que la trabajaban. Gran parte de estas familias eran siervos de facto sin otra opción que trabajar para su señor, sin embargo, el señor prefería dejar que el campesino-esclavo cultivara un trozo de tierra propio, llevándose luego un porcentaje de la cosecha, el diezmo (10 %), con lo que se aumentaba algo la pobrísima productividad. A través del derecho sobre la tierra los reyes, nobles y monasterios acumulaban gran parte de la producción, abusando de un campesinado despojado totalmente, tanto esclavo como libre.
Una de las pocas obligaciones del rey y señores feudales era la de defender a sus súbditos. La inestabilidad hizo que muchos campesinos buscaran la protección de un señor sólo para sobrevivir de ataques y saqueos.
3) La mentalidad Alto Medieval
Hay dos elementos fundamentales que influirán en la forma de pensar de los europeos de los siglos VII y VIII: Un mundo salvaje dominado por el hábito del saqueo y la necesidad de la donación, a esto se uniría el recuerdo casi mitológico de los “tiempos antiguos” y que servirán de referente durante 1000 años.
Tomar y dar
Uno de los elementos más curiosos de la forma de vida de estos tiempos era la creación y distribución de la riqueza. Desde el caos de los últimos años del Imperio Occidental, el saqueo y las razzias se convirtieron en una forma de vida para muchas tribus bárbaras. Con ellas el guerrero demostraba su superioridad social sobre los campesinos, pero sobre todo era el motor de su economía. La guerra proporcionaba esclavos, provisiones, y un sin fin de riquezas.
Al cabo del tiempo estos saqueos se institucionalizaron, y pasaron a ser “tributos”, este botín pactado entre las partes solía ser anual y con él las zonas más ricas se libraban del saqueo. Estos tributos eran más pesados cuanta más desigualdad militar hubiera entre los afectados. Un buen ejemplo de esto fueron los siglos de tributos que pagaron los emperadores bizantinos (Basileus), a las tribus germánicas para mantener estables sus fronteras periféricas.
Pero esto no sólo afectaba a reinos y señoríos, el miedo en el mundo rural a los saqueos hacía que los campesinos libres pidieran protección a otros señores, a los cuales a partir de entonces les debía el tributo de estar protegido en sus tierras y castillos, casi siempre el diezmo.
Estas riquezas adquiridas eran repartidas por el rey o noble, no sólo a sus guerreros, sino que también se hacían donaciones a la Iglesia o a otros señores para mantener la paz. Por supuesto los pobres tenían su parte, a modo de míseras limosnas, aunque la grandeza y prestigio de un señor solía estar asociada a su generosidad con su pueblo. Él siempre se reservaba la mejor parte, para aumentar el tesoro, auténtico sueño de todo gran señor o rey.
Así llegamos a la esencia de la economía medieval, quitar para dar. La ofrenda y el regalo se convierten en la forma de intercambio, que no comercio, más utilizada.
De este modelo se aprovechó, y muy bien, la poderosa Iglesia cristiana. Sobre todo, por las donaciones de grandes señores y pueblo en general, con ellas se compraban el perdón de Dios o favores divinos. Otra de las formas de cobro era a través de los muertos; según se fueron cristianizando las tribus paganas se fue eliminando la costumbre de enterrar a los muertos con sus joyas y enseres. En un mundo tan pobre no se podía desperdiciar tanto metal y la Iglesia pronto descubrió que no había mejor forma de ganarse el cielo que donando las riquezas, o tierras propias, a la Iglesia cuando llegaba la muerte.
A todo esto, habría que sumarle que la Iglesia era un gran terrateniente por sí misma, con campesinos a los cuales se les tenía las tierras arrendadas y de las cuales sacaban un gran provecho. Además, tenían el poder del miedo divino, con él los robos a las iglesias y catedrales eran mínimos, esto evidentemente sólo funcionaba con los cristianos.
Habría que añadir que no todo el clero era igual, el bajo clero tenía una condición muy similar a la del campesinado medio, mientras que los obispos y altas jerarquías poseían unas riquezas y poder prácticamente iguales a la de los grandes señores.
Los modelos antiguos
Uno de los rasgos fundamentales de la mentalidad de esta época fue la fascinación de los bárbaros por la forma de vida romana. Rápidamente ocuparon sus palacios, termas, etc., pero no supieron mantener su economía, por lo que pronto todas las ciudades de Europa occidental se ruralizaron, agravándose además por la caída del comercio que dejó sin sentido los grandes asentamientos.
Los descendientes romanos intentaron como pudieron llevar la vida de sus antepasados, aunque en la práctica era imposible, siempre se mantuvo un recuerdo idílico de los antiguos y mejores tiempos del Imperio.
Aunque las comunicaciones regulares habían casi desaparecido por la mala conservación de los caminos, la única manera de moverse por tierra era a través de las antiguas e imperecederas calzadas romanas. Lo que hizo engrandecer más el ideal de aquellos tiempos.
Otra de las formas de mantener el recuerdo romano fue a través de la acuñación de moneda, aunque ésta era más una forma de poder que de utilidad para la economía. El rey acuñaba moneda sobre todo para afirmar su prestigio y legitimidad monárquica, era más un símbolo pues la moneda no tenía más valor que el material en el que estaba hecho. Hasta finales de este periodo no se empezó a utilizar más la moneda, ante el aumento de la actividad comercial.
En resumen, en esta época nunca se perdió la imagen y el recuerdo de la esplendorosa época romana, tantos unos como otros tenían en su pensamiento volver a reconstruir el antiguo imperio. Los humildes anhelaban la vida en paz y sin saqueos, mientras que los poderosos soñaban con el poder de los antiguos emperadores. De hecho, todos los grandes señores que dominaron temporalmente grandes territorios de Europa se auto proclamaban “Emperador de los romanos”, desde Carlomagno hasta el último, Napoleón, ya en el siglo XIX.