De ciudadanos, políticos, y la sexta ola

Que los españoles tenemos un alto grado de imbecilidad es un hecho empíricamente demostrado. Esta imbecilidad se ha visualizado de manera nítida desde que comenzó la epidemia de Covid-19. Porque los españoles poco, o nada, hemos aprendido de las cinco olas anteriores. Para nosotros sigue primando el tomar cañitas con los colegas, el irnos de puente a calzón quitado, el celebrar cenas prenavideñas, etc.

Y esta imbecilidad que hace que prime nuestro deseo de tomar cañas al de evitar tener que acabar hospitalizado, en la UCI, o incluso encerrados en un ataúd; pero eso sí, con el estómago bien saciado de cañitas y tapitas.

Esta imbecilidad posibilita que en Madrid ganara las elecciones una sociópata que tenía como principal eje de su programa el permitir más horas de apertura a bares y restaurante, y el ampliar las terrazas, para mayor solaz de madrileñas y madrileños. Y no les quepa duda, que esta promesa fue, en gran medida, la que posibilitó que una individua, a la que hasta su propio partido ha tenido que poner freno en frenesí festero, se haga con la presidencia de la comunidad de Madrid.

El triunfo de esta política ha provocado que actualmente en plena ola de infectados –tiene todos los visos de ser la mayor padecida hasta el momento- las personas que gobiernan el país no tomen absolutamente ninguna medida restrictiva; porque está claro que tomar estas medidas castiga electoralmente, mientras que el no hacer nada, o incluso favorecer con esta inacción la expansión del virus, da réditos electorales. Y está claro lo primero es seguir en la poltrona, lo segundo la salud de los ciudadanos.

Lo anterior ha hecho que el gobierno central haya tomado el ejemplo de la postura mantenida en el Reino Unido por Boris Johnson- al que incluso bastantes de sus correligionarios están volviendo la espalda, y que muy recientemente acaba de perder las elecciones en el distrito de North Shropshire, bastión conservador desde hace 120 años. Parece que esa política de «sálvese quien pueda» le ha pasado factura. Pero tranquilos que en España no pasará nada. Aquí mientras haya cañitas, puedas ir al fútbol, o a las cenas de empresa –para tomar cava con las personas a las que durante todo el año despellejas-, pues no pasa nada. Es que la imbecilidad de los españoles no tiene límites.

Sé que este artículo no gustará a muchos, pero a estas alturas de mi vida lo que piensen de mí los demás me la trae, sinceramente, al pairo. Por último ante el derecho de los que reivindican ir a bares, restaurantes, campos de fútbol, etc., apelando a la, cada vez más devaluada libertad; yo reivindico mi derecho a no ser contagiando por un imbécil.

José Luis Garrot Garrot
José Luis Garrot Garrothttps://asambleadigital.es
Historiador y arabista. Profesor de la UCM

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