Matemática versus Teología

Exhaustos de tanto pensar, en un momento dado Pascal y Newton abandonaron la matemática y se pasaron a la teología, disciplina en la que el cerebro trabaja bastante menos. En cambio, el heroico Euler aguantó pensando en términos matemáticos durante toda su vida, y a Dios y la teología propiamente dicha solo les dedicaba sus ratos libres, los fines de semana, mientras, ya del todo ciego, jugueteaba en el jardín con sus nietecillos.

Georg Cantor estuvo el pobre hombre toda su vida científica luchando a brazo partido con conjuntos infinitos, rodeado por todas partes de álefs con distintos subíndices, hasta que ya no pudo aguantar más, como es fácil comprender. A partir de 1897, con cincuenta y dos de su edad pesándole en el cerebro, dejó de publicar trabajos matemáticos, y se dedicó a la teología y otras disciplinas menos arduas. En el 99 dio signos de una muy preocupante inestabilidad mental y fue hospitalizado. El hombre insistía por entonces en que la producción dramática de don William Shakespeare no era en realidad del propio don William
Shakespeare, sino de don Francis Bacon. Hubo de ser varias veces ingresado en la Neverklinik de Halle. En la primavera de 1905, recién salido de la susodicha clínica, proclamó que había tenido «una inspiración» del Altísimo a tenor de la cual el buen Jesús era en realidad hijo natural, no del Espíritu Santo, como hasta entonces se creía ingenuamente, sino del pícaro José de Arimatea, quien nunca soltó prenda al respecto. Así lo razonaba detalladamente Cantor en su panfleto Ex Oriente Lux, título elegido por él sin duda en cariñoso homenaje a otro panfleto homónimo salido poco antes de la pluma de Iósif Visariónovich Dzugashvili, más conocido como Stalin. Hasta su muerte en 1918, el resto de la triste existencia del buen Georg fue un continuo entrar en y salir de distintos manicomios alemanes, en los que siguió perfilando muy diversas y atrevidas tesis teológicas.

Uno de los cerebros lógico-matemáticos más sobresalientes de todo el siglo XX fue sin duda el del checo Kurt Gödel. Sería ocioso insistir aquí en la decisiva importancia teórica de sus trabajos sobre la completud o completitud de los axiomas del cálculo lógico de primer orden, de su revolucionario artículo de 1931, en el que mostraba la imposibilidad de llevar a cabo el programa de Hilbert, de sus pruebas sobre la consistencia relativa del axioma de elección y de la hipótesis del continuo, etc. El caso es que, de tanto pensar y estrujarse el cerebro, a partir de 1941, es decir, desde que cumplió los 35 años, este hombre asombroso no volvió a dar, como se dice, pie con bola, y hubo de dedicarse finalmente a la teología y otros pasatiempos similares. Las crisis de salud y las depresiones se cebaban en él. Durante la última década de su vida fue hundiéndose cada vez más en la paranoia. Y sus preocupaciones intelectuales se centraron en la formalización de la prueba ontológica de San Anselmo sobre la existencia de Dios Nuestro Señor.

En la muy interesante ¿novela? de Apostolos Doxiadis titulada El tío Petros y la conjetura de Goldbach nos encontramos con un Gödel refugiado ya en 1966 en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. «Un personaje de aspecto curiosísimo acababa de entrar por la puerta. Era un hombre escuálido de unos sesenta años y estatura mediana, vestido [a pesar del calor reinante] con un voluminoso abrigo y un gorro de lana encajado hasta las orejas. (.) Sin saludar a nadie, se sirvió una taza de agua caliente y fue a sentarse junto a la ventana. Se quitó el abrigo con lentitud. Debajo llevaba una gruesa chaqueta y al menos cuatro o cinco jerséis, visibles a través del cuello. / –¿Quién es ese tipo? -pregunté. (.) / Es (.) ¡el gran Kurt Gödel! (.) Está convencido de que tiene el corazón débil y que se le parará a menos que lo proteja con todas esas prendas. (.) Creo que su locura (.) es el precio que ha pagado por acercarse demasiado a la verdad en su forma más pura

Cuatro años después, sus alucinaciones paranoicas eran constantes. Aseguraba que los médicos conspiraban contra él, que unos hombres malignos penetraban por las noches en su casa y le ponían inyecciones letales. Estaba obsesionado con el estreñimiento, los laxantes y los enemas. A finales del 77 fue hospitalizado contra su voluntad, y decidió suicidarse por inanición voluntaria. Tenía tal miedo a que lo envenenasen que murió por falta de alimentos.

¡Oh, God, Gödel, gran maestro de la consistencia y de la lógica! ¿Dónde estuvo la consistencia lógica que te impulsó al suicidio?

Artículo original de la antigua revista Alejandría Revolucionaria

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