El espejo

Abro los ojos sin saber qué me ha despertado. No sé dónde estoy, no recuerdo nada.

Suena el teléfono y alguien me dice:

–  No te preocupes, está todo solucionado.

–  What the fuck!??

La vejiga me está hablando ahora; me voy directa a despachar esa urgencia. Y cuando paso por una pared veo a alguien que me mira desde el interior de un marco.

–   ¿Y tú que miras?, le pregunto descarada.

–   ¿De qué me suena tu cara?, me contesta con desgana.

No quieras saber tanto… te va mejor en la ignorancia (sonrisa sarcástica), y mucho mejor si la adornas con ilusiones. Saber de mí no te hará más feliz, eso es la verdad. Se te desprenderá de tu cara la máscara, esa que te ha llevado años forjarte, y quedarás al descubierto, pero en carne viva. Te sentirás impelida a vomitar, a expulsar toda esa bilis que siempre has apreciado tan inadecuada, y de muy mal gusto mostrar. Gritarás y sudarás hielo en tus pesadillas cuando te veas a ti misma como un ser mutante que creyendo ser celestial, resulta ser del averno: egoísta, cobarde, engreída y más falsa que una promesa electoral; pero, calma, por fin puedes saber cuál es tu verdadera naturaleza, sin que te sirva de alivio por el momento. Porque todo esto duele. Y mucho. Tanto como un parto invertido, ya sea contra natura (que lo es) o porque al verte se romperá sobre tu cara, y en mil pedazos, la imagen que siempre has visualizado de ti misma, esa que firmemente creías proyectar en los demás. Y ahora te ves, en cruda realidad, reflejada en la retina de enfrente; sentirás la humillación, el desprecio por ti misma y querrás estar bajo tierra sin más plazos temporales y terrenales.

Yo soy tu lado más oscuro, inhumano y espernible, y por azar hoy has puesto tu mirada sobre mí. Puedes girar la vista rauda y seguir creyéndote maravillosa, o puedes comenzar a ver toda la sombra que te llena el corazón. Quizá por la misma ranura que entre ese haz de luz, una vez coja holgura, salga la oscuridad y el olor a podrido que te acompaña. La herida será el ombligo de tu sanación, el punto de partida.

¿Pero… merece la pena, entonces?

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