Tras dos años de maratón electoral y una COP25 en Madrid, seguimos esperando oír medidas y compromisos serios para gestionar una crisis climática que ya nos ha mordido las nalgas. Una investidura del nuevo gobierno con un vergonzoso circo de dos días encerrados en el congreso escupiendo y vomitando el ya clásico veneno de: «Cataluña por aquí, radicales por allá, ETA por acuyá…»
Tan sólo a los ciegos que no quieren ver se les escapa que la gestión de la actual emergencia climática va a ser el «gran problema mundial«. Esta gestión en España ha sido notablemente defectuosa a lo largo de los años.
Legislatura tras legislatura, los que han querido mirar para otro lado, cuando se trataba de temas ambientales (a veces miraban para otro lado porque alguien estaba agitando billetes para llamar su atención), han hecho una política de abandono descarado. Como la inmensa mayoría de los países del planeta (por no decir la totalidad), España ha perdido grandes masas forestales a pasos agigantados, eliminando importantes sumideros de CO2. En un país donde son muy frecuentes los incendios forestales, las repoblaciones y recuperaciones del entorno debería haber sido un tema fundamental, pero se ha ido olvidando de forma progresiva.
Una gestión responsable de agua debería haber sido esencial, una legislación para optimizar la construcción de viviendas a nivel energético y de gasto de agua, al igual que sus usos públicos e industriales mucho mas responsables (y un capón grado 7 en la escala de richter, a quienes la única gestión del agua que entienden es la privatización). Este tipo de gestión no se puede ni imaginar en nuestro país.
Salvo bobadas vestigiales el cambio climático por fin es aceptado como un peligro inminente. Aún así, las líneas marcadas por la comunidad política continúan bordeando la cuestión, resistiéndose de forma infantil a entrar de lleno en el problema y aceptar una vía de decrecimiento en lo económico, seguramente la única vía efectiva para minimizar los daños medioambientales provocados por el crecimiento de la lógica capitalista (es muy posible que el daño ya no sea reversible y hagamos lo que hagamos irá a más, ya hay muchas voces que aseguran que estamos en una situación de control de daños y no de soluciones).
Los planteamientos siguen aupando a la lógica de la «inversión» y el “crecimiento” económicos, pero simplemente en una dirección distinta (eso sí: en manos de los mismos oligopolios), como la inversión en transportes mas “limpios” (coche eléctrico), o las inversiones en renovables de las grandes eléctricas. También campañas publicitarias de reciclaje con las que intentan depositar la responsabilidad en lxs ciudadanxs, como si depositar la basura en el contenedor de color adecuado fuese una especie de ritual mágico determinante para solucionar la crisis climática.
Y, aunque es necesario el tratamiento adecuado de los residuos, y es muy posible que el futuro nos lleve a abandonar el motor de combustión interna por las baterías, convertir esto en un nuevo pretexto para volcar todas nuestras fuerzas en una transformación del primer mundo con todas sus infraestructuras y comodidades no es sino ahondar en el problema, puesto que precisamente el “crecimiento” económico es el que nos ha traído hasta aquí.
En estos momento los registros climáticos nos permiten atisbar una pequeña porción del problema que se nos viene encima. Estos registros muestran escenarios sobrecogedores. El incremento de fenómenos meteorológicos severos ha sido exponencial en los últimos años.
Los datos son ciertamente sobrecogedores y, a pesar de que se siga maquillando la crisis climática y/o manteniéndola semioculta en la penumbra mediática (por una colección de irresponsables), sus efectos se aprecian en lo local, ahí fuera, al mirar por tu ventana.
Debemos exigir medidas eficaces poniendo el foco sobre la fuente del problema, no dejarnos embaucar con medidas edulcoradas:
-Cambios de modelos económicos y energéticos.
-Exigir legislaciones que prioricen el medio ambiente sobre los beneficios económicos de grandes empresas
-Etiquetados de los productos adecuado, sumado a campañas informativas, para que podamos elegir un comercio de cercanía
-Impuestos sobre los productos por kilometraje recorrido.
-Abandonar tratados de comercio e inversión que permiten a las multinacionales una injerencia directa sobre la capacidad de legislar a los países, una capacidad de coerción mediante sus tribunales de arbitraje ISDS
-Contratos públicos con requisitos ecológicos en sus pliegos, del tipo de consumo de cercanía, gestión de residuos adecuados de las empresas,….
Las soluciones pasan tomar medidas individuales para moderar nuestro consumo, hacerlo mas racional y exigir legislaciones a nuestros nuevos legisladores, pero, además se requieren profundos cambios estructurales, que nos afectarán de lleno a todxs, y sí, será incómodo, pero la alternativa será mucho mas fea.