Con Franco pasaba que la libertad de expresión no existía. De hecho, cualquier manifestación que no fuera de abierta adhesión al régimen era pasada por los tamices de la censura, la policía político-social, los jueces del T.O.P, etc. No se podía hablar, ni siquiera pensar, no fuera a ser que el diablo inundara el cerebro de los españoles con alguna suerte de pensamiento maligno.
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A los que nos perseguían por nuestros ideales políticos nos detenían, nos torturaban, nos asesinaban. El pensamiento político era el gran enemigo de la dictadura; pero había otro enemigo al que había que tener bien amarrado, no fuera a ser que acabara gustando a la sometida población. Este enemigo era la cultura en el más amplio sentido de la palabra de la palabra.
Creíamos que con la llegada del régimen este que tenemos actualmente por fin ese derecho fundamental de cualquier ser humano que es la libertad de expresión se asentaría en nuestra sociedad. ¡Al fin seríamos libres de decir lo que quisiéramos! Qué ilusos éramos.
Las consecuencias están siendo devastadoras. Solamente en los últimos días se ha condenado a tres años de prisión al rapero Valtonyc por unos cuantos delitos, entre ellos el de ofensas a la corona
Estamos en 2018, aunque cueste creerlo, y la libertad de expresión, en este país de corrupción y pandereta, vuelve a ser, o están intentando que vuelva a ser, un derecho que a los españolitos les está vedado. La ley mordaza, a partir de la cual hemos llegado al punto en el que estamos actualmente, fue un invento de Alberto Ruiz-Gallardón – del que su padre decía que era más de derechas que él mismo-, bendecida por su sucesor Rafael Catalá Polo y por el ministro del Interior Jorge Fernández Díaz.
Una ley que hizo que el New York Times instara a la Comisión Europea a que la condenara: «esta ley trae recuerdos de los peores días del régimen de Franco y no procede en una nación democrática». En similares términos se pronunció el relator de las Naciones Unidas. Muchas instituciones internacionales han criticado duramente una ley que despreciaba la libertad de expresión: Amnistía Internacional, Human Rights Watch, The Guardian, International Press Institute, por sólo citar algunas.
Las consecuencias están siendo devastadoras. Solamente en los últimos días se ha condenado a tres años de prisión al rapero Valtonyc por unos cuantos delitos, entre ellos el de ofensas a la corona –artículo que la Unión Europea ha ordenado a España que salga del Código Penal-, alegoría del terrorismo, incitación a la violencia. Vamos, que sólo ha faltado que le achacaran la muerte de Manolete.
Otro caso sangrante ha sido la condena por un juez al pago de una multa de 450 euros a un joven jornalero andaluz Daniel Serrano, en este caso por hacer un fotomontaje cambiando en una imagen la cara de Jesucristo por la suya
Otro damnificado ha sido el artista Santiago Sierra que ha visto como una obra suya en la que se exponían presos políticos de distintos países –entre ellos los políticos catalanes que están actualmente en prisión- ha sido retirada del lugar que ocupaba en el salón Arco, a instancias de IFEMA. ¡Vuelve la autocensura! Asimismo, el libro Fariña del escritor Nacho Carretero ha sido retirado de los puntos de venta y de las distribuidoras por orden de la juez Alejandra Pontana, en este caso por acusar al exalcalde del PP de O Grove José Alfredo Bea Gondar de narcotraficante. Resulta que la Audiencia Nacional pensaba lo mismo que el autor del libro ya que lo condenó, aunque posteriormente el Tribunal Supremo anuló la sentencia.
Otro caso sangrante ha sido la condena por un juez al pago de una multa de 450 euros a un joven jornalero andaluz Daniel Serrano, en este caso por hacer un fotomontaje cambiando en una imagen la cara de Jesucristo por la suya. En este caso el “delito” ha sido atentar contra los sentimientos religiosos. Al hilo de esto yo me pregunto ¿por qué no existe el supuesto de atentado contra los sentimientos de los ateos? Porque a mí particularmente me ofende mucho que la iglesia católica se siga llevando 11 mil millones de euros de las arcas públicas; me ofende mucho escuchar las peroratas de muchos religiosos casposos y antidemocráticos; me molesta en extremos ver cómo cada dos por tres nuestras ciudades se ven colapsadas porque los católicos tienen que sacar a sus santos en devotas procesiones. Pero como soy ateo, pues eso, que me jodan – y perdonen la expresión pero es la que sale del alma-.
Visto lo visto solo podemos hacer dos cosas: la primera callarnos y aguantarnos; la segunda, y mi preferida, salir un día tras otro a la calle –aunque los partidos políticos no están por la labor de movilizar a las masas, e incluyo a todos- y dedicarnos a ofender a todos estos carceleros de la palabra, meapilas incontinentes, estúpidos que dicen que la libertad de expresión tiene límites, y demás gentes de mal vivir y peor pensar.
LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN SI TIENE LÍMITES NO ES LIBERTAD DE EXPRESIÓN.