La globalización en el foco del problema

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Vivimos una crisis de sistema. Con frecuencia, los medios, los académicos, los políticos y los economistas mainstream, nos presentan los problemas como aislados e independientes, los simplifican, los reducen a una mera cuestión de incompetencia gestora

 

Este fraccionamiento de la crisis global, reiterado, casi machacón, hace que sea aceptado por la mayoría de personas. La reducción y simplificación de las causas y de las posibles soluciones permite un optimismo generalizado que está muy lejos de la cruda realidad.

Tal vez haya quien sospeche que algo raro ocurre, que los gurús y sus soluciones economicistas no tienen la panacea, pero es muy duro ir contracorriente, que te tachen de pesimista o de conspiranoico.

Además, cómo enfrentarse a la lógica aplastante del “cuñao” de turno, cuando afirma que “eso no puede ser verdad, porque no han dicho nada en los periódicos ni en la tele”. Y sin embargo, basta atar unos cuantos cabos para establecer la íntima relación entre los distintos estratos de la crisis.

Es bien sabido que los modos del neoliberalismo (individualismo, competencia, rapiña) han transformado las relaciones entre países, las relaciones sociales y las relaciones familiares. Como consecuencia de la absoluta reducción economicista de los valores sociales, se han perdido muchos de los derechos duramente conseguidos por nuestras abuelas y abuelos.

En aras de la competencia se han desmantelado las industrias manufactureras occidentales y se ha deslocalizado la producción, trasladando las fábricas a los llamados países emergentes, creando nichos de trabajo esclavo, muchas veces infantil, en amplias zonas de Asia, América Latina y norte de Africa.

Los intereses comerciales deciden que se mantengan gobiernos locales corruptos, complacientes con el expolio de sus riquezas, o se derrocan a conveniencia

La falta de normas protectoras de los derechos laborales no es la única lacra de la deslocalización; tampoco hay normas que protejan el medio, por lo que las fábricas se convierten en monstruosos emisores de contaminantes y en máquinas perfectas de transformar petróleo en CO2.

El traslado de mercancías de un continente a otro requiere ingentes cantidades de energía, lo que, en plena crisis energética, ha llevado a las potencias occidentales a desembarcar en todos aquellos territorios que poseen reservas de petróleo, generando tensiones geoestratégicas que suelen desembocar en golpes de Estado dirigidos desde fuera o en guerras interminables.

Los intereses comerciales deciden que se mantengan gobiernos locales corruptos, complacientes con el expolio de sus riquezas, o se derrocan a conveniencia. Las fuerzas armadas de los socios occidentales han estado al servicio de los intereses económicos de grandes empresas privadas en todos estos turbios asuntos, con la aquiescencia de las empresas de armamento. Todo reducido a bussines.

Como consecuencia de todos estos movimientos geoestratégicos se han generado movimientos migratorios en masa, tanto por motivos económicos, como por causa de las guerras o los genocidios.

Las personas migrantes emprenden los viajes de forma clandestina y precaria, lo que causa la pérdida de muchas vidas en el tránsito. Las pocas personas que consiguen llegar a los países occidentales se encuentran con el rechazo y la reclusión en centros de internamiento, muchos de ellos auténticos campos de concentración.

Las causas del rechazo de una parte de la sociedad occidental a las personas migrantes vienen condicionadas por la grave crisis en la que las clases medias y populares se han visto sumidas como consecuencia de la deslocalización de sus industrias y de la grave crisis financiera de 2008, lo que ha causado altos índices de paro y gran precariedad laboral, especialmente en los países del sur de Europa, con economías muy dependientes del sector agropecuario y del sector servicios. La xenofobia y el auge del fascismo tienen terreno abonado en estas condiciones.

Pues bien, sólo hay una solución a todas estas crisis supuestamente fraccionales:  la solución se llama volver a lo local, se llama autoorganización, se llama desarrollo de lo común y se llama cooperación

Paralelamente a todo este panorama desolador, estamos asistiendo a una serie de fenómenos físicos y meteorológicos que responden al llamado cambio climático. Durante decenios se han obviado los desastres ambientales derivados de la extracción intensiva de riquezas naturales como el petróleo o los minerales, del agotamiento de los bancos pesqueros marinos o de la contaminación de los ríos y suelos, de la deforestación en masa para establecer cultivos intensivos, de la ilimitada emisión de gases de efecto invernadero procedentes de las industrias obsoletas y de la logística de la deslocalización.

La crisis del petróleo ha hecho surgir nuevas formas de extracción de crudo, como el fracking, cuyas consecuencias para el medio y para la salud de las personas se intentan ocultar, pero son innegables. Con todo ello se ha conseguido una subida de las temperaturas medias que ha hecho desaparecer hielos perpetuos y masas polares, ha cambiado corrientes marinas y masas de aire. De seguir por el mismo camino, los desastres naturales serán cada vez más numerosos.

El colofón a todo lo anterior es la deriva totalitaria que estamos sufriendo en todo el mundo. No es sólo el auge de los partidos de extrema derecha. Es el cambio brutal hacia el neoliberalismo de democracias latinoamericanas, es el establecimiento de dictaduras de toda índole como única forma de gobierno en los países más pobres, es la posibilidad de que un fascista declarado vaya a ser el hombre más poderosos de Occidente, es la institucionalización de la corrupción y el fascismo sociológico en España (véase la Ley Mordaza, entre otras), por no hablar de Amanecer Dorado en Grecia o de Le Pen o la Loi de Travail en Francia.

Pues bien, sólo hay una solución a todas estas crisis supuestamente fraccionales:  la solución se llama volver a lo local, se llama autoorganización, se llama desarrollo de lo común y se llama cooperación. Frente a lo global y todos sus males, hay que volver a lo cercano, hay que volver a localizar, recuperar la soberanía (alimentaria, política, social, cultural…). Nos llamarán locos, nos llamarán perroflautas, nos llamarán anti-sistema, que lo somos, pero “es lo que hay” y cuanto más tardemos, más duro será.