Viaje a las antípodas de la democracia

La Asamblea de Madrid es un órgano tan extraordinariamente democrático que nos impide el paso a los madrileños si no es previa invitación

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Supongo que podría decirse que el epicentro de la democracia, el punto geográfico de donde mana nuestra soberanía como pueblo, se encuentra en sitios como el parlamento o, como en el caso que me ocupa, en la Asamblea de Madrid, máximo órgano representativo y legislador de todos los madrileños.

La Asamblea de Madrid es un órgano tan extraordinariamente democrático que nos impide el paso a los madrileños si no es previa invitación. Aun cuando seamos invitados deberemos firmar un documento que nos advierte que dentro de la misma (en pleno ejercicio de la democracia), nos está prohibido exteriorizar cualquier opinión, acuerdo o desacuerdo con lo que allí se esté hablando. Algo tan inocuo como un aplauso puede ser motivo de un toque de atención por parte de la seguridad del edificio. Ese mismo documento advierte de severos castigos en caso de que el incumplimiento de estas cláusulas de comportamiento suponga algún tipo de “desorden” y el posterior desalojo del “invitado”.

Tan extraordinariamente democrática es la Asamblea de Madrid que no sólo limita la participación directa de los ciudadanos y anula su palabra, además tampoco podremos asistir con silenciosos y discretos textos, ya sea en carteles, como la ropa, sean del tipo que sean. Puedo poner como ejemplo la experiencia vivida en primera persona de la última visita como invitado a este lugar sagrado de donde brotan mis derechos como madrileño:  en el control de entrada nos obligaron (a un grupo de compañeros y a mí) a quitarnos unas camisetas donde llevábamos escrita una frase tan absolutamente contestataria, “antisistema”, revolucionaria, provocadora,  desafiante… Una frase que dice (textualmente) “Muévete por la educación de tus Hij@s”. Una frase que, a pesar de que debiera ser el orgullo y emblema de cualquier padre/madre responsable, a pesar de que no manifestaba ningún enemigo (y eso que ciertas cavernas políticas nos dan argumentos más que suficientes todos los días para señalarlos) es una frase que, dentro de esa mole de metal y cristal que es el manantial de nuestra “democracia”, debe ser tomada como ofensiva o agresiva por su personal de seguridad.

(En realidad, para ser fieles a la verdad, debo decir que acabamos llevándola del revés  porque, cuando vieron “mi triste figura” sin camiseta, decidieron que la alternativa era todavía peor. Cabrones…).

Ante nuestra disconformidad, el jefe de seguridad intentó quitar hierro y racionalizar la mutilación de nuestra libertad de expresión, argumentando que “siempre se hacía así” y que es un “procedimiento habitual”. No se daba cuenta el hombre (lo cual es espantoso en sí) de que estas afirmaciones lo hacían todo aún más terrible.

Una vez dentro la cosa tampoco mejora. Debemos permanecer sentados sin hacer demasiado ruido, sin expresar nuestro acuerdo o desacuerdo (tal y como hemos firmado en el papelito de marras) para evitar continuas reprimendas por parte del personal de seguridad. Somos testigos del ritual del turno de palabra de todos los grupos políticos. La oposición, por supuesto, son la voz crítica, pero el espectáculo más lamentable es cuando la propia gente del partido que «parte el bacalao» (en este caso el PP), hace uso de su turno de palabra (también tienen derecho claro): Entonces asistimos, con el semblante de haber chupado un limón, al dantesco espectáculo de una concatenación de «restregones» verbales mediante la cual se hacen un traje de saliva unos a otros. Supongo que podría definirse como «onanismo institucional». Después tuvimos que aguantar que un completo desconocido despache nuestras necesidades, problemas e inquietudes con un chorro de cifras estadísticas que se parecen a nuestra realidad como un dado de seis caras a la Luna; un individuo con la poca vergüenza de decir que sus estadísticas son las que reflejan la verdad, que lo que los demás tengamos que decir son inventos.

Lo siguiente, por supuesto es levantarnos y marcharnos entre exabruptos, puesto que cualquier ser humano con sangre en las venas, si se quedara, acabaría en el cuartelillo como está mandado.

Después de todo, mis suposiciones iniciales no son sino fantasías, y en realidad nuestra democracia brota a borbotones de la calle y no de un punto geográfico en concreto.