Confluencia: Acción de confluir.
Confluir: Juntarse corrientes de agua o caminos en un paraje. Concurrir mucha gente en un lugar.
Estoy en el Parque Aluche tomando cañas. Es domingo por la tarde y el sol todavía no se atreve a pegar con fuerza. La conversación es animada. El efecto del alcohol ayuda sin duda. Hay una chica que casi todos la cortejan.
Me gustan las chicas guapas pero no puedo dejar de pensar que mi parque todavía lleva el nombre de un asesino, del “carnicerito de Málaga”. Los que pusimos en el ayuntamiento con nuestro voto aun no han hecho justicia en lo referente a la Memoria Histórica.
La persona que tengo enfrente me dice que somos amigos. Le contesto que no es cierto. Sumo a esta afirmación la idea de la amistad como algo de principal importancia. No es tema baladí. Es algo que creo que es difícil de conseguir. ¿Cuántas personas darían la vida por uno?, eso es amistad.
Mi conocido asevera que nos unen muchas cosas, y entra ellas, la política. Está seguro de que ideológicamente tenemos el mismo corte. Estamos los dos más allá de la izquierda, más allá de los que respetan unas leyes que no aplican la democracia. Piensa que soy sensible, que construyo una coraza para que nadie pueda acceder a mi interior y conocerme realmente.
No me gustan las conversaciones en donde el protagonista es el psicoanálisis. No quiero que nadie sepa lo que realmente pienso, y, mucho menos, lo que siento. No es egocentrismo, ni tampoco vanidad, es simplemente que considero que mi vida no le interesa a nadie. No soy nadie extraordinario, no quiero serlo.
La crítica destructiva siempre aparece en diálogos de gente que por diversas razones se cree mejor que otros. Se produce un comentario despectivo hacia otro conocido. No les mola a los presentes porque no es muy de izquierdas. Su trabajo tampoco ayuda porque es miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.
Yo también he cantado mucha policía, poca diversión, y pienso que estos cuerpos, como antaño la guardia civil, no están para defender el ciudadano común, y sí para guardar los intereses de los ricos. Esto no quita para que entienda que cada uno se gana la vida como puede.
Aprovecho un descuido, me giro, y bajo al baño. He tenido suerte, está abierto. No entiendo la manía de la gente de encerrarse en un aseo para meterse droga que lava el cerebro. Acabo y, por supuesto, lo dejo todo como si estuviera en mi casa. No soporto lo guarra que es la gente.
Retomo la charla, y sin miedo a no gustar, digo muy alto, y muy claro, que por encima de las ideas están las personas. Sin pestañear añado que hay mucha gente que no es policía y es tonta de capirote. Me vengo arriba, y suelto con total naturalidad que hay personas, que se denominan de izquierdas, que son unos impresentables, y más fachas que los de derechas.
Se hace el silencio. Los que se creen de una casta superior se callan. Les he dado en su ego más profundo, el orgullo. No hay respuesta. En el fondo nadie quiere caer mal. Nadie quiere entrar en conflicto con el líder de la manada, o, con quien le importe una mierda que le hablen o no.
Se hace tarde, vuelvo a casa. Estoy contento y no voy pedo. He hecho lo que tenía que hacer. He dicho lo que pensaba sin miedo a perder. Cosa esta que no fluye en los partidos que nos van a salvar. Como un relámpago, antes de sentarme a cenar, me borra de un plumazo la sonrisa de mi cara la palabra “confluencia”.
Juntarse para unir fuerzas puede ser una inteligente y bonita acción. En Madrid gobiernan los de siempre porque no hubo una confluencia de partidos de izquierdas, que en el fondo son los mismos, los de toda la vida, que se separaron por no asumir que nadie es mejor que nadie, y que la razón se pierde cuando solo hay interés por alcanzar el poder.
No soy nadie. No tengo poder. Pero puedo dormir tranquilo todas las noches. ¿Serán capaces los nuevos mesías de entender se con los viejos imanes?, es cuestión de sentarse en una terraza de un parque cualquiera, tomarse el aperitivo, ceder en las ansias de poder, y decirse las cosas a la cara.