¡Libertad! ¡Libertad! Pero ¿para qué?

Ciertamente se trata de una de las palabras más mistificadas y que más sentimientos positivos despiertan en nosotros: la libertad. Todopoderoso concepto al que todos aspiramos y que supuestamente guía todas nuestras acciones. Así, esta palabra sirvió para justificar desde acciones populares contra tiranías hasta para que ciertas potencias imperialistas invadiesen y destruyesen países lejanos (y no tan lejanos). A día de hoy, cuando hablo con gente que conozco y comienzan a surgir temas de mayor calado filosófico, suelen recurrir insistentemente al concepto de libertad, afirmando que ésta es la máxima general que guía sus vidas.

Paradójicamente, y por desgracia, la mayoría de estas personas son adictos a las drogas (yendo desde las más socialmente aceptadas como el alcohol o el tabaco, hasta las menos), entonces yo pienso: ¿acaso eso no es un limitante enorme? La droga te proporciona la sensación de liberación terrenal, pero en realidad lo que sucede es que limita tu capacidad física y cognitiva, lo que acaba provocando que carezcas de la menor libertad en el mundo real, ya que cada vez desconoces más su funcionamiento y significado, y así serás más fácilmente manipulable. Así mismo la mayoría de mis colegas pertenecen al proletariado: ¿esto no es otro factor que limita tu “libertad”? Tienen la obligación de vender su fuerza de trabajo (por lo tanto el desgaste de su cuerpo y parte de su limitado tiempo vital) por un salario que ni siquiera es el valor total de ese desgaste y tiempo malogrados.

Es indiferente que muchas de estas personas se encuentren en paro (por lo tanto “libres” dentro de la pesadilla de carecer de un modo de subsistencia estable) o en determinados períodos de tiempo tengan vacaciones o momentos de menor carga de trabajo. Dudo mucho que tener un amo benevolente que te concede tiempo para dormir y drogarte sea aproximarse a la “libertad” en su forma más elevada. No hablemos ya de las estrafalarias manifestaciones en favor de la “liberación” contra las medidas restrictivas de la pandemia, ya que considero lícito criticar las medidas ineficaces, laxas e irracionales de este gobierno criminal, pero dudo mucho que la supresión total de las mismas tenga un factor positivo en la incidencia de la pandemia (más bien la cosa tendería a agravarse, más aún si cabe)

Pero antes de ir al centro de la cuestión, hagamos un breve repaso “filosófico” del término LIBERTAD. El hecho de liberarse supone deshacerse de algo que aprisiona o reprime, por lo que cuando se habla de libertad debería de definirse también qué es de lo que uno pretende liberarse. Siguiendo este razonamiento, la libertad como concepto absoluto es algo irrealizable. El ser humano siempre va a estar atado a ciertas necesidades inmanentes a su condición biológica. El ser humano con libertad absoluta debería deshacerse de la necesidad de cierto número de calorías diarias, o incluso debería volar de manera autónoma, ya que así no estaría condicionado por el hecho de estar sometido a la ley de la gravedad.

Por lo mismo, debería superar su capacidad de contraer enfermedades o sufrir lesiones, ya que estas son bastante limitantes de la libertad absoluta. Por todo esto, siento comunicarle a los creyentes de la libertad absoluta que los seres humanos tenemos una serie de necesidades materiales. Y curiosamente en la sociedad capitalista en la que vivimos para poder acceder a estos materiales se necesita una serie de requisitos que te llevan a dudar bastante de la existencia (y de la posibilidad de alcanzarla) del concepto de libertad, por muy básica que esta pueda presentarse. Como siempre he dicho, el concepto de persona libre en nuestro mundo solo podría ser aplicado a alguien que se recluya en medio del monte y se dedique a ser autosuficiente, pero incluso de este modo seguirá estando atado al trabajo, imprescindible para su supervivencia. De este modo el concepto de libertad absoluta es irrealizable, por lo tanto, quien se dedique a teorizar sobre el mismo, solo manipula la realidad de forma demagógica e idealista.

Centrémonos ahora en la teoría que en mayor medida tiene empleado de forma más recurrente la libertad, llegando casi a prostituirla. Esta teoría, el liberalismo, es consecuencia en el plano de la ideología de los cambios económicos y sociales que se estaban produciendo en Europa desde el siglo XVI, que culminaría con 3 hechos históricos de los que nuestro sistema es heredero directo: la Revolución Gloriosa inglesa, la independencia de Estados Unidos de América y la Revolución Francesa.

El fundamento último de esta teoría sería liberarse de los últimos vestigios institucionales del Antiguo Régimen que limitaban la expansión del capitalismo (proceso exitoso, ya que en la actualidad este sistema ha sido implantado en todo el globo). Para esto se servirán de esa tan hermosa palabra que lo podría justificar todo: la libertad. Las referencias a la misma serán constantes y seguirán en un aumento progresivo, pero muy pocos teóricos se detendrán a tratar de definirla. De hecho en el imaginario colectivo liberalismo sigue gozando de cualidades positivas. Siempre se me quedará grabada la lección de una maestra que en 4º curso de la ESO se detuvo antes de iniciar su asignatura de Historia Contemporánea Universal para hacernos ver el equívoco de la palabra mágica, el liberalismo.

Su experimento consistió en preguntarnos si creíamos que el liberalismo debería considerarse dentro de la “izquierda” y si ésta representaba una liberación real para todo el género humano. Ante nuestra respuesta afirmativa nos explicó que esto no era así, ya que en una sociedad dividida en clases antagónicas como en la que vivimos, con ese concepto de libertad solo se pretende librarse del “Estado” en el momento en el que este limite las ganancias de los capitalistas. Esa libertad es solo libertad de explotación, nada más.

Tras esa básica pero precisa explicación en ningún momento he sido capaz de encontrar un argumento que negase esa lógica (y no será porque no lo he buscad). En fin, resumiendo se podría concluir que ese liberalismo tan manoseado consiste en que una minaría de la población se libere de la esclavitud del trabajo en detrimento de otra gran parte de la población, que debería trabajar para ellos mientras entre drogas y brutalidad se les proyecta la imagen de que ellos también gozan de “libertad”.

Precisamente para conseguir que estos se crean participes de la panacea liberal se deberá sembrar el individualismo más acérrimo entre ellos, aplicando constantemente la máxima del “hommo homini lupus” de Hobbes, fragmentando la realidad en innumerables identidades. En este sentido existen dos polo que se retroalimentan. Por un lado están teóricos economistas como Milton Friedman, sofistas que se tienen que remontar a ejemplos microscópicos o a panaceas futuras “sin Estado” (atentando contra todo principio histórico), mientras en la realidad solo se dedican a destruir países agravando hasta la irracionalidad las diferencias económicas de la sociedad, como en Chile. Curiosamente con sus acciones y teorías lo único que hacen es demostrar la inviabilidad del futuro del capitalismo.

Un sistema que ni era justo con el “Estado de Bienestar” europeo posterior a la II Guerra Mundial (por lo tanto hijo de esta circunstancia excepcional y que no va a volver a repetirse) cuando el Estado solo se dedica a rescatar a los poderes económicos de sus propios debacles financieros. En el otro polo se encuentran los difusores de estas teorías idealistas y carente de contraste con la realidad, pseudo-teóricos que a nivel retórico solo son capaces de elaborar argumentos infantiles como “tengo un amigo de un tío que su abuelo vivió en la URSS y había mucha hambre y pobreza”.

Los más mediáticos podrían ser Libertad y los que Surja o lobitos de Wall Street, denominándose como “anarcocapitalistas” y cebándose con una “izquierda” progre y anti obrera que parece denigrarse a posta para darle argumentos a estos personajes de cortas miras intelectuales. Pero la pregunta que más me aborda con estos personajes es si lo hacen por convencimiento o si reciben asesoramiento y financiación por defender esas sandeces.

Pero la defensa de estos valores no es exclusiva del anarcocapitalismo, desde el trotskismo al “progresismo” más moderado no se distancian nada del liberalismo. Todos defienden la propiedad privada, el individualismo y la explotación de una clase sobre otra. De esta forma no extraña que su teoría haga aguas por todos lados, ya que se sustenta en una utopía: la reforma del capitalismo. En definitiva, teorizar sobre la libertad esconde muchas intenciones oscuras y macabras. Por lo tanto el futuro solo pasa por la liberación de los parásitos (esos que hablan de libertad asentados sobre la esclavitud asalariada) y la instauración de una sociedad basada en la disciplina y en la supeditación a lo colectivo. Pero no para poner los pilares a un sistema que se cae a trozos, como sería el fascismo, si no para construir una nueva sociedad regida por la máxima de la justicia social.

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