La represión franquista sobre la mujer «Guerra civil y posguerra». Capítulo 1. El ideal de la mujer en el franquismo

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Capítulo 1. El ideal de la mujer en el franquismo

La mujer republicana fue vilipendiada desde diversos sectores de la sociedad; la iglesia católica, la prensa, los militares, e incluso las mujeres afectas al régimen.

Las nuevas costumbres y conquistas adquiridas por las mujeres durante la República iban en clara contraposición al ideal de mujer que pregonaba el franquismo, sustentado en el nacional-catolicismo y en un patriarcado decimonónico. La dirigente de Acción Católica, Concepción Campaña, criticaba las nuevas costumbres de las mujeres: por feminismo y por creyente desterramos esas costumbres y optamos por una vida virtuosa y digna[1]. Costumbres que según algunos eran totalmente indecentes: […] ir medio desnudas por las calles, mostrarse casi en completa desnudez sobre las playas, alternando con los hombres […] participan en las bacanales de las excursiones campestres[2]. Vamos que ir al campo era como ir a Sodoma y Gomorra.

Era «pecado» que la mujer asistiera al cine o al teatro, se pintara las uñas, usara afeites de tocador o fumara en público. Tampoco era aceptable que las mujeres accedieran a profesiones que teóricamente estaban reservadas a los hombres. Millán Astray, en una entrevista concedida a Falange Española[3], afirmaba que las mujeres habían invadido el terreno del hombre haciéndose doctores, abogados y hasta ingenieros. Parece ser que para el insigne militar el único oficio que podía ejercitar la mujer fuera del hogar era la prostitución, a la que, por cierto, era muy aficionado.

La mujer ideal debía cumplir con ciertos requisitos: Ir convenientemente vestida, es decir, con mangas largas o al codo, sin escotes, con faldas holgadas, que no señalaran los detalles del cuerpo ni acapararan atenciones indebidas. La ropa no podrá ser corta y mucho menos transparente. Las mujeres jóvenes no debían salir solas ni ir acompañadas de hombres que no fueran de su familia[4]. ¿No les suenan estas consignas?

A tal nivel de obsesión enfermiza, ¿por qué sería?, llegó el aspecto exterior de la mujer que en el diario sevillano La Unión de 13 de enero de 1937, se pidió que se prohibieran los desfiles de la Sección Femenina, y que sus integrantes llevaran el uniforme fuera de las horas de servicio, ya que el correaje resaltaba las formas de los pechos, o que el braceo durante los desfiles era una provocación sexual. Los más radicales las comparaban con las milicianas republicanas desnudas dentro de los monos. Lo dicho, hay que estar muy enfermo para defender tales ideas.

La mujer no podía acceder a determinadas profesiones porque, según el parecer de buena parte de la población masculina, y avalada por algunas teorías siquiátricas, de los «genios» de la siquiatría franquista, tenía una manifiesta incapacidad intelectual. En el diario La Unión[5] del 25 de enero de 1937 se leía: […] por razones biológicas la mujer es un organismo pasivo no apto para racionalidad psíquica persistente e intensa. Su situación en un medio de actividad cerebral es contra natura. Esta opinión estaba en la línea de lo que pensaba la iglesia católica y «eminencias» como el doctor Vallejo-Nágera. Fuera del hogar solamente se admitía que la mujer ejerciera trabajos relacionados, en cierta medida, con la feminidad: trabajar en el campo, sirvientas, enfermeras, maestras, y poco más. Carmen Werner (delegada de las Juventudes de Falange) era representante de la idea que se tenía sobre el trabajo y a quién correspondía llevarlo a cabo: El trabajo, con toda la dificultad expresada ‘en el sudor de la frente’, le pertenece al hombre; y a nosotras nos correspondió perpetuar la especie en el dolor[6].

Hoy nos parecen ridículas las condiciones que se exigían a las mujeres para ejercer ciertas profesiones (posiblemente para los integrantes de Vox y muchos del PP no) como las de enfermeras o matronas. Estas deberían ser casi monjas –para el régimen eran las enfermeras perfectas-, por eso se indicaba que no debían acceder a la profesión las jóvenes acostumbradas a un excesivo buen vivir ni las que por su escasa cultura deban dedicarse a otras profesiones, principalmente la de ama de casa. Debido a esta idea los temarios incluían contenidos que poco tenían que ver con la práctica sanitaria: aborto criminal, blasfemia y sacrilegio, mentira simple y calumnia, el secreto y sus clases, el sacramento, obligatoriedad del santo sacrificio de la misa y el matrimonio como sacramento[7]. Por supuesto era indispensable la total adhesión al régimen.

El ideal de la mujer era el de una mujer hogareña, religiosa, recatada en el vestir y, por supuesto, ser el «descanso del guerrero» en todas sus acepciones. La guía que se estableció para la mujer era un reflejo de la encíclica Casti Connubii, sobre el matrimonio cristiano, publicada el 31 de diciembre de 1930 por el papa Píos XI. A las mujeres se les pusieron tres ejemplos a seguir: la Virgen María, Santa Teresa de Jesús e Isabel la Católica. Como acertadamente apunta Rosa María Aragüés[8], la colaboración entre la Sección Femenina y la iglesia católica: Definirían la identidad de género en clave nacional-católica, identificando regeneración nacional con redención moral y recristianización, es decir entremezclando hogar, religión y patria.

El ideal de mujer

Para que quedara claro el papel de las mujeres se procedió a anular las leyes emitidas durante la República que habían supuesto una mejoría en la vida de estas. Se retornó al Código Civil de 1889, que eliminaba la capacidad de decisión de la mujer en el seno familiar, obligada a obedecer al marido; la incapacitaba para llevar a cabo cualquier actividad sin consentimiento expreso de su marido, incluyendo la libre disposición de sus bienes. Y estos son solo algunos ejemplos.

Las pautas del comportamiento femenino las marcaba la Sección Femenina, dirigida por Pilar Primo de Rivera, y siguiendo las directrices que se le marcaban desde la iglesia católica. Los objetivos para los que se creó la Sección Femenina quedaron expuestos en el I Congreso Nacional de Jefes provinciales de Falange: Cree esta ponencia que la tarea a realizar por las camaradas […] son todas las que tienden a la formación de la mujer española, capacitándola para regir bien el día de mañana el hogar que formen, para lo cual deberán conocer todo lo que al arte culinario se refiere, coser para necesitados, que a la vez que determina una actitud, cumple también una misión social[9]. Les faltó añadir: y servir como «descanso del guerrero».

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